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Voto de el pastor de la polvorosa:
8
Drama Marsella, año 2.000. Los protagonistas de la película son personajes muy heterogéneos que viven en un mundo banal y confuso. Michèle es una obrera de una lonja de pesacado cuya obsesión es salvar a su hija de las drogas. Paul traiciona la huelga de sus compañeros estibadores y se hace taxista. Vivianne es una profesora de música que ya no puede soportar la ideología derechista de su marido. Abderramane es un hombre que sale de prisión ... [+]
12 de agosto de 2012
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película dramatiza la desestructuración social de la ciudad de Marsella a través de múltiples personajes cuyas historias se entretejen, como una versión provenzal e izquierdista de Vidas cruzadas de Robert Altman: desde los burgueses hipócritas o concienciados que no necesitan tener posters con un atardecer en el Caribe porque les basta con asomarse a la terraza de su casa sobre la ciudad blanca y el mar, hasta los inmigrantes violentos o concienciados que habitan las cités de la banlieue junto a esa sub-clase a la que los ingleses, con su proverbial elegancia y sensible percepción de las diferencias sociales, denominan white rubbish (basura blanca). La referencia británica sirve para recordar el paralelo más evidente de Robert Guédiguian: el cine social, más o menos tosco o combativo, de los Ken Loach, Mike Leigh, Michael Winterbotton, etc.

Pero esta película también forma parte de otras tradiciones autóctonas francesas: la de Balzac, el narrador que aspira a competir con el registro civil; la de Sartre, que definió al autor comprometido como el que “se interesa por los hechos de los demás”; la de Jean Vigo y su pintura loca de los contrastes de la ciudad de Niza. A diferencia de este antepasado cinematográfico, Guédiguian no es un estilista: no parece tener interés por las imágenes bellas ni por la invención visual; pero esta limitación, quizá programática, queda matizada por la intensidad y la sutileza que ponen los actores, que se repiten de película en película como si formaran parte de una compañía teatral a la que vemos, de película en película, transformarse y envejecer, y que a menudo rehacen el mismo estereotipo: por ejemplo, el actor que interpreta a un obrero en paro votante del Frente Nacional, en su vertiente cómica (Marius y Jeannette) o trágica, como en este caso. Ariane Ascaride, esposa del director, aparece aquí en su versión sufriente, y parece, en algunos primeros planos, con su pelo corto, un avatar laico y proletario de la Falconetti en La pasión de Juana de Arco de Dreyer.

Pero la protagonista inaprensible y omnipresente es la ciudad, resumen o metáfora de la sociedad entera, que acaba con sus hijos. La película muestra cierto desequilibrio en el balance sociológico, ya que deja suelto el hilo de los burgueses al cabo de un cierto tiempo (quizá porque Guédiguian se confiesa incapaz de trabajar sobre personajes a los que desprecia) para centrarse en las desventuras de los obreros en su versión de fin de siglo, cayendo en un cierto tremendismo. A pesar de todo, la película funciona en su pretensión de sacudir al espectador, como ejemplo de cine de ideas (no ideológico, sino de exploración moral), mezcla de crónica fotoperiodística y melodrama: así se revela en imágenes simples pero de gran fuerza, como la de Ascaride que se agacha muerta de cansancio en la lonja, junto a las cajas de pescado apiladas con el símbolo del euro.
el pastor de la polvorosa
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