Quién me iba a decir que Noah Baumbach, factótum indiscutible del cine indie de los últimos años, iba a tener un sentido de la ironía tan fino para marcarse una obra que provocará más de un sarpullido entre la gran mayoría de sus espectadores.

“Mientras seamos jóvenes” es un retrato con aires de falso documental (¿semibiográfico?), que juega en todo momento unas cartas que desprenden retranca, cierta sorna pequeñoburguesa, un cinismo para nada impostado y unos tintes brillantísimos de comedia a lo largo de su metraje, con unos diálogos precisos, como el bisturí de un cirujano, que confronta la crisis de la mediana edad con el síndrome de Peter Pan, convirtiéndole en un trasunto, más ahora que nunca, de Woody Allen, como si fuera su primo pequeño.

Además del miedo a crecer, a perder la frescura, el punto loco de juventud, el film profundiza en las ambiciones mal dirigidas, la manipulación en las relaciones personales, la añoranza de momentos que nunca volverán… todo adornado de una crítica socarrona pero tremendamente divertida del mundillo hípster y sus acólitos, modernos y modernas, carentes de sustancia vital.

Tiene bastante más miga de lo que parece en un principio, aunque es posible que no alcance a gustar a todos los públicos.