No soy fanático de tunning; es más, siempre desprecié todo lo que implica este aspecto cultural tan arraigado en el nuevo milenio, pues valoriza los aspectos más nefastos de la sociedad actual tales como la frivolidad, el culto a las tetas y los coches y el exitismo ("si ganas eres el mejor y tendrás dinero y mujeres-objeto. Si pierdes, eres un fracasado").
Nunca había observado ninguna película de esta saga por los prejuicios que antes mencioné; sin embargo, en uno de esos domingos en los que no tienes nada para hacer salvo esperar que las manecillas del reloj avancen, "enganché" en un canal de cable la primera película de esta saga y la que en esta crítica me compete, una detrás de la otra. Al hilo.

"Tokyo Race" me pareció algo superior a la tan aclamada primera entrega. El personaje principal, si bien tiene algo de impronta yankee, no la va tan de "galán sobrado" e inicialmente es malo, muy malo, en esa modalidad automovilística llamada drift, desconocida para él (hasta el final donde se convierte en el mejor. ¿Es que esperaban un giro argumental distinto en una película destinada a adolescentes?). También recibe sendas palizas y queda bien en claro que entre el malo-malote y él, el villano le ganará 12 de 10 peleas a puñetes en las que se enfenten. He leído por aquí que esta peli es "la más hablada" de toda la saga. Celebro eso. Ningún diálogo pasará a la posterioridad por su profundidad filosófica, pero todo queda, creíblemente o no, aclarado en el film (ej: porqué el pelilargo amigo del protagonista no escatima en gastos ante su nuevo amigo y le regala coches como si de chocolates se tratase).
La fotografía del Tokio nocturno y estereotipado al mejor estilo manga y animé de culto está muy bien lograda también; realmente te sumerges en ese ambiente que los occidentales suponemos abunda en la tan particular ciudad Japonesa. ¿Será así realmente el Tokio nocturno versión "under"?. No lo sé, nunca viajé. Pero me sentí allí al ver esta cinta.

En defintiva, la película tiene buen ritmo, actuaciones aceptables y se deja mirar. No tiene escenas de más ni de menos; el final, si bien predecible como el que más, es lo que el espectador anhela y pretende al ver las debilidades de nuestro protagonista apenas arriba a Tokio. Si hubiera pagado una entrada de cine para verla, me habría sentido sutilmente estafado. Por haberla visto en TV, agradezco la forma tan amena en que transité dos horas perdidas de mi vida en las que no esperaba nada mejor que esta peli.