Bailar en la oscuridad reúne, a priori, todos los requisitos para ser una de esas películas que pospones hasta que oyes o lees sobre ella con tanta frecuencia que su visionado resulta casi inevitable. Me explico. Nunca he sido muy entusiasta de los musicales, Björk causa un extraño efecto en mí (No sé si bueno o malo. Simplemente me turba) y siento una especie de amor-odio por la filmografía de Lars Von Trier. Pero decidí ver el film. Al principio, me dejé llevar. Luego me sedujo el personaje de Shelma. De una gran dignidad y sentido de la determinación. En cierto modo, me recordó a Grace, personaje protagonista de Dogville interpretado por Nicole kidman. Nunca pude entenderlas. Hasta llegué a sentirme molesta con ambos personajes, pero siempre admiré la determinación con la que se desenvolvían ante las vicisitudes. Aunque Grace, finalmente, sucumbe a las incontables embestidas. Pero Shelma... Shelma es conmovedora. Así que me acabé rindiendo. Bailar en la oscuridad es uno de los motivos por los que me gusta el cine. Combina magistralmente el musical con el drama y acaba con un final tan cargado de poesía como de moralidad. Un final agónico que, personalmente, me costó asimilar. Una película imprescindible.