Esta libre adaptación del famoso videojuego de Capcom resulta ser una película excesiva, barroca y extravagante que derrocha efectos visuales casi en cada fotograma. Si a esto le añadimos la experiencia de Anderson para llevar a la gran pantalla otras adaptaciones parecidas (“Mortal Kombat” o “Resident Evil” también son suyas), tenemos una película que se disfruta desde la vista.

Es ahí donde reside su éxito, si es que lo tiene. Durante su metraje vemos cómo cada monstruo es más grande que el anterior, y la dificultad para los personajes es cada vez mayor, y ahí los efectos tienen una importancia capital. Abalanzándose sobre el patio de butacas, el espectador contempla cómo los personajes sobreviven contra todo pronóstico, siempre entre coreografías imposibles y saltos acrobáticos.

En estas películas la profundidad de las personalidades brilla por su ausencia, los personajes ni siquiera tienen un contexto sobre el que construir su rol, pero no le importa porque ese es su plan. Su fórmula pasa por la espectacularidad de unas criaturas algo repetitivas y sus enfrentamientos con los humanos, que éstos resuelven con asombrosa entereza y facilidad, y en esto la película cumple sus propias expectativas.

“Monster hunter” decide dejarse llevar por la fantasía, lo que se traduce en un ritmo desenfrenado y trepidante que se acelera de tal forma que a veces hay dificultad para entender lo que está pasando. Esto le lleva a firmar un final precipitado y sin acierto al cerrar la historia, pero no importa: se puede disfrutar lo suficiente si no se tienen altas expectativas. Más o menos lo que suele ocurrir en este tipo de películas.