Esta película surge de las vivencias personales del director, quien se enamoró de la isla al recorrerla. De ahí la gran carga personal de la que disfruta la película, el mimo con el que se trata la trama sin caer en la condescendencia o en la lágrima fácil.

Jiménez, director y co-guionista, intenta captar cada detalle y repite la jugada más allá de lo necesario: el vaivén de las olas, esa piedra caliza que cae al apoyarse, la respiración pausada sobre la arena…Todo en su justa medida tiene el efecto esperado, pero abusar de esos primeros planos en los que poco ocurre no acentúa su significado, más bien al contrario.

“Una ventana al mar” nos muestra el dilema desde ambos puntos de vista: el de la protagonista, que se plantea no volver de sus vacaciones y terminar sus días en el lugar en el que ahora está su amor, aunque eso signifique dejar todo lo demás atrás. Y el del hijo, en el que esta decisión provoca emociones enfrentadas, negándose a creer lo que está pasando y poner toda su voluntad en seguir el proceso en Bilbao. En el fondo entiende la situación, pero lucha contra la razón con sus sentimientos como única arma.

La película intenta construir un sólido drama recurriendo a lugares comunes dentro del género, y esquivando los pasajes lacrimógenos. La película expone una historia de amor surge de forma natural y que se desarrolla con un nuevo drama de fondo en la figura de Karazisis, en un intento de dar profundidad al personaje. Una luminosa propuesta, más utópica que esperanzadora.