“Enjambre” es como los juegos entre niños: empiezan a pelearse en broma y cuando quieren darse cuenta están llorando. Las protagonistas alquilan una casa rural aislada del mundo para celebrar la despedida de soltera, y según va pasando el tiempo, las mentiras y los secretos vuelan como si fuesen dagas mientras la desconfianza se apodera del ambiente.

Sin embargo, aunque el guion tiene facilidad para sacar temas sobre los que discutir, tiene también serias dificultades para mantener la atención del espectador en cada uno de ellos. Si, las amigas discuten y sacan los trapos sucios, pero rápidamente pasan a otro tema y olvidan el anterior. En esto no ayuda el caótico movimiento de cámara que utiliza Gabilondo, quien necesita estar muy cerca de la acción.

La historia tampoco es capaz de abordar los temas con naturalidad y da la sensación de que necesita que los personajes no estén en condiciones normales para perder la compostura y meterse con la que tienen al lado. Por momentos parece que la despedida es la excusa para beber y consumir sin control, siendo un ejemplo en el que no parece reparar y que a la postre es el detonante de estos sinceros ataques de sinceridad. Las situaciones deberían salir de los sentimientos contenidos de cada amiga, pero en realidad llegan por el alterado estado en el que se encuentran.

En el fondo dentro de cada una de ellas anidan sentimientos tan fuertes y profundos como la culpa, la dificultad para afrontar la enfermedad de una amiga, la infidelidad, el miedo a ser madre… un puñado de intensos temas sobre los que reflexionar, pero que “Enjambre” no acierta a plantearlos de manera formal y se diluyen entre el histrionismo y la exageración que comparten todas las protagonistas.