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Voto de korzowei:
10
6,4
29.736
Ciencia ficción. Thriller. Acción
Un fallido experimento para solucionar el problema del calentamiento global casi acabó destruyendo la vida sobre la Tierra. Los únicos supervivientes fueron los pasajeros del Snowpiercer, un tren que recorre el mundo impulsado por un motor de movimiento eterno. Adaptación de la novela gráfica "Le Trasperceneige", escrita por Jean-Marc Rochette y Jacques Loeb. (FILMAFFINITY)
1 de diciembre de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película con la temática política más atrevida que posiblemente ha salido en décadas de los USA: la lucha del ser humano contra los condicionamientos naturales y los condicionamientos sociales, aquellos que producen determinadas estructuras politicas y economicas. Aquellos que producen “sistemas”: trenes que nos llevan por los raíles del planeta, firmes, seguros, pero a la vez inexorables, inmutables, salvación y condena al mismo tiempo.
La película comienza narrandonos una revolución. Incluso dentro de una revolución, todos ocupan su lugar predeterminado: el héroe, el secundario, el viejo maestro, el retratista que plasma los hechos, la masa, etc. Incluso ello está perfectamente medido. Lo revolucionario, nos comunicarán en adelante, es la ruptura del ciclo, la apertura de una puerta, “esa puta puerta” (la más importante de todas) que acaba convirtiéndose en un muro, una barrera, más mental que física, más social que natural, más metafórica que real.
Porque obviamente en la película todo funciona a nivel metafórico, simbólico. No puede ser de otra forma, ya que el más mínimo análisis en la coherencia del espacio-tiempo o las leyes de la física y la química demuestran que a los creadores les importaba muy poco la verosimilitud, sino únicamente el mensaje. La película funciona, pues, a nivel mitológico: “The train is the world, we the humanity”. Solo de este modo podemos entrar en su juego y aceptar los hechos que dentro de este tren, de este “mundo” con lógica interna propia, suceden.
No es difícil esto tampoco porque, pese a ser una producción mainstream estadounidense, se nota el buen hacer koreano en suficientes momentos (fotografía comiquera, escenas de acción líricas, etc.) como para elevar la película muy por encima del montón de scy-fy de pompa y circunstancia con la que se nos bombardea ultimamente desde los USA. Bong Joo Hoo ha tenido problemas (que raro...!) para finalizar y distribuir su filme, por desaveniencias con parte de los productores. Se ve que el director no quiso renunciar a nada, ni a llevarse a su actor preferido (Song Kan Ho, que nuevamente vuelve a partir la pantalla cada vez que sale), ni a las dosis de violencia gráfica e implícita, ni a un mensaje completamente “antisistema” en el que héroe y villano son parte de la misma moneda, pero al contrario de lo que puede suceder en otros casos recientes similares (pienso en Joker y Batman), el héroe, por mucho que luche por redimir sus pecados, no tiene salvación posible en este tren. Porque no hay salvación dentro de los vagones...
La película comienza narrandonos una revolución. Incluso dentro de una revolución, todos ocupan su lugar predeterminado: el héroe, el secundario, el viejo maestro, el retratista que plasma los hechos, la masa, etc. Incluso ello está perfectamente medido. Lo revolucionario, nos comunicarán en adelante, es la ruptura del ciclo, la apertura de una puerta, “esa puta puerta” (la más importante de todas) que acaba convirtiéndose en un muro, una barrera, más mental que física, más social que natural, más metafórica que real.
Porque obviamente en la película todo funciona a nivel metafórico, simbólico. No puede ser de otra forma, ya que el más mínimo análisis en la coherencia del espacio-tiempo o las leyes de la física y la química demuestran que a los creadores les importaba muy poco la verosimilitud, sino únicamente el mensaje. La película funciona, pues, a nivel mitológico: “The train is the world, we the humanity”. Solo de este modo podemos entrar en su juego y aceptar los hechos que dentro de este tren, de este “mundo” con lógica interna propia, suceden.
No es difícil esto tampoco porque, pese a ser una producción mainstream estadounidense, se nota el buen hacer koreano en suficientes momentos (fotografía comiquera, escenas de acción líricas, etc.) como para elevar la película muy por encima del montón de scy-fy de pompa y circunstancia con la que se nos bombardea ultimamente desde los USA. Bong Joo Hoo ha tenido problemas (que raro...!) para finalizar y distribuir su filme, por desaveniencias con parte de los productores. Se ve que el director no quiso renunciar a nada, ni a llevarse a su actor preferido (Song Kan Ho, que nuevamente vuelve a partir la pantalla cada vez que sale), ni a las dosis de violencia gráfica e implícita, ni a un mensaje completamente “antisistema” en el que héroe y villano son parte de la misma moneda, pero al contrario de lo que puede suceder en otros casos recientes similares (pienso en Joker y Batman), el héroe, por mucho que luche por redimir sus pecados, no tiene salvación posible en este tren. Porque no hay salvación dentro de los vagones...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Porque el tren de Rompenieves es una máquina que busca ser eterna, pero no es un lugar en el que haya cabida la justicia o la revolución social, es únicamente, como todo aquello que ostenta una intención de perdurar estático, una cárcel: un artificio creado como todos los regimenes sociales, económicos y religiosos que los seres humanos creamos, el cual se nos vende como inmutable, como única posibilidad de salvación frente al Leviatán, frente a la lucha fratricida, el “orden” de unos pocos frente al “caos” de las turbas descontroladas.
Huir de la dinámica maniquea, de la jerarquía, el mesianismo, los sacrificios inútiles, la lucha infinita y circular, lo “preestablecido”, en resumidas cuentas, es una tarea improbable a la que asistiremos perplejos, de forma secundaria, como lo hacen la mayor parte de los personajes de este cuento, cada uno con su aspiración personal, pensando que luchan por un todo cuando en realidad sólo forman parte de un sistema que se autorreproduce y cuyo fin es siempre aquel que no nos atrevemos a vislumbrar, no por lo imposible que parece llevarlo a cabo, si no por el miedo que supone “abrir esa puerta, que no es un muro” y mirar más allá, afrontar un mundo nuevo y desconocido, un renacimiento en el que las reglas tengan que ser reescritas y todo reimaginado. Como humanos codificados tan fuertemente en unos valores hegemónicos previos a nuestra existencia, buscamos la destrucción de lo que nos oprime, sin ser capaces de brindar respuestas nuevas y, por ende, repitiendo los mismos esquemas una vez. He ahí el verdadero desafío, la construcción de ideas y posibilidades nuevas que nos liberen de las anteriores cadenas, que nos expulsen del tren hacia lo salvaje, hacia lo desconocido, un lugar en el que podamos, por fin, ser libres para escoger que queremos ser. Un mundo "sin zapatos ni sombreros".
Tal es la proeza a la que asistimos en este relato: no la regeneración o limpieza del Antiguo Régimen, si no la ruptura absoluta del mismo por parte de los más vulnerables e inocentes: unos niños que consiguen liberarse del mundo que de otro modo los habría condenado a un futuro en el que no existía otra elección.
Huir de la dinámica maniquea, de la jerarquía, el mesianismo, los sacrificios inútiles, la lucha infinita y circular, lo “preestablecido”, en resumidas cuentas, es una tarea improbable a la que asistiremos perplejos, de forma secundaria, como lo hacen la mayor parte de los personajes de este cuento, cada uno con su aspiración personal, pensando que luchan por un todo cuando en realidad sólo forman parte de un sistema que se autorreproduce y cuyo fin es siempre aquel que no nos atrevemos a vislumbrar, no por lo imposible que parece llevarlo a cabo, si no por el miedo que supone “abrir esa puerta, que no es un muro” y mirar más allá, afrontar un mundo nuevo y desconocido, un renacimiento en el que las reglas tengan que ser reescritas y todo reimaginado. Como humanos codificados tan fuertemente en unos valores hegemónicos previos a nuestra existencia, buscamos la destrucción de lo que nos oprime, sin ser capaces de brindar respuestas nuevas y, por ende, repitiendo los mismos esquemas una vez. He ahí el verdadero desafío, la construcción de ideas y posibilidades nuevas que nos liberen de las anteriores cadenas, que nos expulsen del tren hacia lo salvaje, hacia lo desconocido, un lugar en el que podamos, por fin, ser libres para escoger que queremos ser. Un mundo "sin zapatos ni sombreros".
Tal es la proeza a la que asistimos en este relato: no la regeneración o limpieza del Antiguo Régimen, si no la ruptura absoluta del mismo por parte de los más vulnerables e inocentes: unos niños que consiguen liberarse del mundo que de otro modo los habría condenado a un futuro en el que no existía otra elección.