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México México · Xalapa
Voto de Brianda:
8
Documental Retrato del carguero Fair Lady, de tripulación en su mayoría filipina. El barco, entre las conversaciones alienadas con tierra firme, se convierte en un escenario fantasmal en el que Alien podría asomar en cualquier esquina. Un voltaje sensorial que carga las tintas del suspense con visión apocalíptica de este trozo de humanidad a la deriva por aguas internacionales. (FILMAFFINITY)
18 de mayo de 2021
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Las aventuras a bordo, literarias y cinematográficas, han sido muchas; baste recordar un híbrido creativo entre ambas: la mítica cinta filmada por Francis Ford Coppola ‘Apocalypse Now (1979)’, adaptación libre de la selva oscura escrita por Joseph Conrad (El corazón de las tinieblas, publicada como libro en 1902). Los intentos por resaltar heroicidad y valentía en versiones de historias reales y ficciones más. Es el asombro de ir en la superficie líquida que más profundidad promete lo que nos ha llevado a indagar sobre el papel y provecho que tenemos frente a los océanos. Dominado el miedo ante lo inabarcable se inventó el comercio marítimo, delirio de la astucia para los mercaderes, triunfo exterminador de leyes impuestas por las islas. Bien sabemos que no hay objeto que resulte a los ojos del artista más lírico que el mar. Y si en cada época y momento histórico se la ha dado un tratamiento según las exigencias del contexto y la visión propia del creador, no sorprende que un director español se haya lanzado a la aventura de filmar cómo se viven las proezas del marinero en pleno siglo XXI.

Este preludio nos deja entrar en materia y hacer la crítica del documental Dead Slow Ahead (Mauro Herce, 2015). ¿De qué trata la cinta? De un viaje de dos meses y medio en el interior del Fair Lady, barco de carga que va transportando trigo desde Ucrania para depositarlo en Jordania y continúa su travesía tomando dirección, a partir del Canal de Suez, hacia Malta, Gibraltar, subiendo por el río Misisipi hasta llegar a Nueva Orleans donde luego de cargar carbón seguirá viajando un par de semanas más. Mauro Herce, por razones de rentas de equipo técnico y presupuestos (como revela en esta entrevista: http://www.blogsandocs.com/?p=6328) desembarca en el puerto de Nueva Orleans. A partir de ahí, durante casi dos años, editará la que será su ópera prima como director.
La fotografía, arte cinematográfica a la que dedicó su carrera en rodajes anteriores, es en el documental magnífica y desoladora en su tregua con la expansión. Para llegar a esta realización Herce estudió cine en Cuba y en París. Su acercamiento poético fue ya en ese tiempo irreverente y en contra de cierta lógica y linealidad narrativa, filmando películas que como él mismo dice van ‘en contra del guion’. En este trabajo ha florecido el ejercicio de su mirada fragmentada: los ángulos imprevistos desde los cuales nos muestra el interior de la nave monstruosa (tiene, haga sus cálculos, 8 pisos de altura y 300 metros de largo, todo eclipsado en un sistema preciso y frío ante el cual nuestra inteligencia, a pesar de ser génesis creador de la máquina, poco puede) no hacen sino crear una atmósfera de suspenso sometido a una espera en calma y la música a cargo de Diego Pedragosa (quien musicaliza también Els anys salvatges, 2013, dirigida por Ventura Durall) fortalece la sucesión en apariencia inconexa de imágenes pues es este film una sinfonía sobre la opresión donde la máquina no deja de recordarnos, a través de su música mecánica, el reinado espacial y de dirección que ejerce hacia sus trabajadores: marineros, en su mayoría filipinos, cuya voluntad es semejante a la que por honor al invierno tienen frente al trabajo ciertas hormigas. Si en apariencia, salvo alguna amenaza de hundimiento, nada ocurre en este sitio, es porque así han ido adaptándose al sistema capitalista y sus jornadas de trabajo los tripulantes cuya personalidad apagada y solitaria combina en eficacia con una tuerca o engranaje más de la embarcación marina.

Lo visual, reina por lo tanto, en este ejercicio cuya audacia roza los intentos expresivos de la ciencia ficción pero no promete y menos entrega nada que no exista más allá de la realidad intrigante e inexpresiva del corazón metálico del Fair Lady, de las distintas estaciones cromáticas que nos llevan como espectadores a admirar la belleza de un cielo cuya naturaleza no comprendemos, de las vidas de los marineros contadas a pistas por objetos y las llamadas telefónicas cuyo patetismo es una inclinación al vacío y a la condición de cifra que representa un hombre hasta para su propia familia cuando se une como trabajador a una aventura [aunque relajada, esclavista] como esta; por bien remunerado que sea el empleo, la aniquilación social y el precio a soledades de la criatura que lo oficia confirma que dicho negocio es redondo, como estamos acostumbrados a descubrir, sólo para las vacas sagradas del eslabón mercantil. Mauro Herce no nos dejará mentir cuando nos cuenta:
‘Tienes que saber que el alquiler de estos barcos es una bestialidad. Son 100,000 euros al día. O sea, llevar trigo de tal sitio a tal otro, veinte días de viaje, por ejemplo, son 2 millones de euros para el propietario del viaje. Me parece una locura del capitalismo (…) El barco se convierte en un reflejo del mercado’.

En este sentido, el documental logra irrumpir en la escena de un modo antropológico. Su presencia, leal a la claridad es silenciosa como la del espía y, aunque lejana en discurso a la idea de tiempos y espacios a los que ciertas reglas fílmicas nos tienen acostumbrados, no deja de tocar ciertas fibras en los sentidos y la psique su lograda composición. No estamos, sin embargo, ante una obra maestra. No dudo que a cintas futuras su lente y dirección sea capaz de sorprendernos. En esta entrega el mayor acierto, narrativo y filosófico, es mostrarnos a través del documental cómo la memoria no es, como nuestra precisión tecnológica intenta hacernos creer, un banco de datos preciso e inalterable sino un espacio abstracto del que vamos [a recuerdos e imaginaciones] sacando provecho para construir nuestra identidad. La experiencia no se expresa en cientos de entrevistas e informaciones reunidas, como acostumbra el género en su actitud más correcta, sino en aprender a mirar y enfocar las cosas de otro modo, ayudando a desenmascarar así el ritmo de las apariencias.
Brianda
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