Lo que hace de una buena película una película excelente es un compendio de causalidades difícil de explicar. "La belleza está en los ojos del que mira", reza la máxima; tal vez ahí radique la cuestión.
Técnicamente, El ocaso del samurai es intachable; la belleza de sus imágenes es incuestionable, y el ritmo con el que la película está rodado perfecto. Si a eso añadimos un buen guión, unos actores creíbles y el sosiego como paradigma, obtenemos un producto notable, ¿Pero, que lo diferencia de otro producto de las mismas características? El espectador. Creo que nada más que eso. En este caso el conjunto se conjura para producir algo que ante algunos ojos (en este caso los míos, no más especiales, no más sensibles que otros) adquiere una belleza inusitada.
No necesariamente es un film perfecto; lo es para mí, pues de alguna forma, a parte de toda la parafernalia, la distante época, el alejado continente e incluso el idioma, El ocaso del samurai habla de las personas, de las buenas personas, y eso es algo que aún logra emocionarme.