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Voto de Maldito Bastardo:
7
24 de julio de 2010
20 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un chorro de sangre guiado por una fuerza sobrenatural empieza a poner en funcionamiento una máquina. Pasteles de carne manchados en sangre y finalmente ríos de sangre bajos nuestros pies camino a la una eterna y acuosa niebla llamada mar. El inicio de “Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet”, ya en sus títulos de créditos, es maravilloso y pone nuevamente la guía de la genialidad visual de su director.
Hay catálogo de humor negro, dosis melodramáticas y, por supuesto, musicalidad. Burton juega mucho con ese travelling-retro-digital para mostrar la grandeza de los decorados. Poco sol en pequeñas dosis salvo en una playa onírica o en flashbacks. La fotografía de Dariusz Wolski la hace ser el reverso de época de “Dark City” y su atmósfera malsana mira a la serie B, a la Hammer, pero con vistas a un espectáculo grandioso (y comercial).
El cúmulo de referencias burtonianas es obvio. Como si el propio Burton se mirase también en el reflejo de esas letales cuchillas de afeitar: desde esa industrializada ciudad a lo “Charlie y la fábrica de chocolate” en plan “Pleasantville”, las cuchillas y el peinado de “Eduardo Manostijeras” con esos personajes sacados del expresionismo alemán y sus góticas ojeras recurrentes: “Pesadilla antes de navidad”, “La novia cadáver” o “Steamboy” y enlazando con “Sleepy Hollow” dotándole de musicalidad y personajes malsanos. No hay lugar para la cordura y la belleza fundada en personajes bondadosos. Aquí la venganza se erige como canto arrebatador y asesino y realmente el director de “Ed Wood” consigue una obra poética fundada en el terror: el mayor dolor y pánico que podemos padecer es ver un mundo que era luminoso de color, gris y eternamente nublado. Olvidar aquello hermoso que hemos sacralizado y ahora es feo y repulsivo. Olvidar amar y al verdadero amor. El amor ha muerto cuando no tenemos esperanzas de volver a encontrarlo en esta tierra.
Hay catálogo de humor negro, dosis melodramáticas y, por supuesto, musicalidad. Burton juega mucho con ese travelling-retro-digital para mostrar la grandeza de los decorados. Poco sol en pequeñas dosis salvo en una playa onírica o en flashbacks. La fotografía de Dariusz Wolski la hace ser el reverso de época de “Dark City” y su atmósfera malsana mira a la serie B, a la Hammer, pero con vistas a un espectáculo grandioso (y comercial).
El cúmulo de referencias burtonianas es obvio. Como si el propio Burton se mirase también en el reflejo de esas letales cuchillas de afeitar: desde esa industrializada ciudad a lo “Charlie y la fábrica de chocolate” en plan “Pleasantville”, las cuchillas y el peinado de “Eduardo Manostijeras” con esos personajes sacados del expresionismo alemán y sus góticas ojeras recurrentes: “Pesadilla antes de navidad”, “La novia cadáver” o “Steamboy” y enlazando con “Sleepy Hollow” dotándole de musicalidad y personajes malsanos. No hay lugar para la cordura y la belleza fundada en personajes bondadosos. Aquí la venganza se erige como canto arrebatador y asesino y realmente el director de “Ed Wood” consigue una obra poética fundada en el terror: el mayor dolor y pánico que podemos padecer es ver un mundo que era luminoso de color, gris y eternamente nublado. Olvidar aquello hermoso que hemos sacralizado y ahora es feo y repulsivo. Olvidar amar y al verdadero amor. El amor ha muerto cuando no tenemos esperanzas de volver a encontrarlo en esta tierra.