Su crudeza es tan apabullante como vergonzante, y no puede más que remover conciencias. El gran mérito del guión es crear la sintonía perfecta entre el drama personal y la realidad de los hechos, personificando la lucha ideológica con la interna del personaje, haciendo ver como la lucha empieza cuando uno busca el bien de los demás y se sacrifica por ello. Los paralelismos de las tramas van confluyendo, crecen paralelamente a su integración en una sola historia, hasta hacer ver que somos dueños de nuestros actos. La ambientación, fotografía y escenografía son cuidadas, creíbles y realistas. La iluminación y la fotografía imprimen ese halo de podredumbre moral de la época en cada plano, y sus precisiones visuales nos transmiten la lucha constante de los personajes, aumentando la intensidad del foco en cada plano en el transcurrir de la historia. Un trabajo interpretativo bordado por una Mulligan sublime y una Bonham Carter intensa.