El siempre eficiente Norman Jewison dirigió este musical sobre el éxodo judío encarnado en un lechero ucraniano y su familia. Tevie, que así se llama el protagonista, constantemente se dirige al espectador para transmitirle sus cavilaciones y puntos de vista sobre la vida, las penurias cotidianas, las alegrías también, Dios, el destino y mil cosas más que son fruto de su sabiduría, sobre todo cuando sube al tejado de su humilde casa y tañe su violín.

Es una película entrañable con un gran guión de Joseph Stein (adaptación al cine de un éxito teatral de Broadway) y sobre todo una música que es ya un clásico las bandas sonoras del cinematógrafo de siempre, a cargo de John Williams, con canciones de Jerry Bock y Sheldon Harnick; escenas musicales de enorme nivel. Y hay que estar atentos a las letras pues acompañan al argumento.

Impagable la presencia de un Chain Topol pobre –por eso es tan gruñón y a la vez entrañable- que canta “si yo fuera rico”, canto a la familia, que habla de los conflictos generacionales y el enfrentamiento entre la tradición, los principios inamovibles y los cambios que necesariamente se suceden. Una obra con fuerza y un sólido argumento.

La única objeción es que tal vez a alguno le resulte en exceso largo el metraje de tres horas y tal vez algo pesada la cinta. Pero nada le quitará ser, como yo la veo, una película plena: dirección, guión, actores, localizaciones, coreografía, música, etc.