Un siete no solo por Antonio Molina, por supuesto, no ha habido otro después de él, sino por la realización de Gonzalo Delgrás, en un ejemplo más de cine dentro del cine. Hay al principio, mientras suena La hija de Juan Simón (el único enterrador del pueblo que va a enterrar a su hija) unos planos muy bellos. En la película interviene el verdadero enterrador del pueblo, lo cual es otra vuelta de tuerca. Y el cura.
Y es precisamente la hija real del enterrador real la que se enamora del galán de la película que se está rodando.
Un principio muy bueno. Es verdad que, como sucede con frecuencia en el cine (español o no) en el desarrollo no se sigue el mismo nivel, aunque hay una intriga de interés que, en un cierto giro, se estropea.
De todos modos está bien cómo cuenta cómo se introduce la chica de pueblo en un puterío de lujo.
La película compensa, también, por una buena fotografía en blanco y negro.
Me gusta esta frase: “No hay nada en el mundo más aburrido que ver hacer cine”.
Aparte de las canciones conocidas, Molina está inmenso cantando una combinación de Ave María y Salve.