Que es un juguete delicioso MIDNIGHT IN PARIS y va a tener un hueco en el alma de muchos se desprende del hecho de que son pocos, por no decir nadie, los que se preguntan, en esta época de puntillismo extremo, cómo vuelve el nostálgico Owen Wilson a su hotel en la Francia de otro milenio.
Concebida como homenaje a los dorados años 20 en la ciudad de la luz y del amor y aglutinando entre las calles esplendorosas y bohemias a gran parte de sus personajes históricos más admirados, escribe Woody Allen que la vida es insatisfactoria, idea que ya anticipaba don Jorge Manrique a la muerte de su padre en el glorioso Siglo XV. Y, a pesar de que es difícil imaginar en una esfera de sólo unos cuantos kilómetros a tanto genio junto: Picasso, Cole Porter, Henry Miller, Scott Fitzgerald, Buñuel, y a pesar de la bellísima Rachel McAdams, que es la verdaderamente desubicada en esta historia, resulta indispensable MIDNIGHT IN PARIS para recordar que este es el mejor momento porque nosotros estamos aquí y para impulsarnos porque con nuestras obras alguien pueda exclamar con orgullo, a la vuelta de seis décadas: yo me encontraba allí, con ellos.
Impagables, de otro lado, las veraces escenas y diálogos veraces de Corey Stoll en el papel del muy veraz Ernesto Hemingway, los cinco minutos inmensos de Adrien Brody y lo extraordinario del humor de ese detective perdido en el Versalles del Siglo XVIII.