De nuevo Eastwood y Siegel combinando cualidades, esta vez en un drama carcelario basado en hechos reales. Se ve que se entendían de maravilla, cual muso que inspira al creador y juntos se retroalimentan.

Ya lo he dicho mil veces, así que por una más, qué importa: pero qué grande es Clint Eastwood como actor. Portentosa su mirada ceñuda, de ojos claros, y ese andar informe, con chepa incluida. Al principio lo estaba pasando fatal, viéndole encerrado en esa prisión de roca y siendo objeto de deseo (anda que no) de un indeseable «lobito» que quiere amancebarse con nuestro sexy preso, de nombre Frank Morris.

Un preso nada común, por otra parte. Inteligente y reflexivo, pero tremendamente empático, diría que hasta sensible; frío y cálido a un tiempo, siempre en su sitio, siempre con la palabra adecuada en el momento adecuado para la persona adecuada. De resto del reparto, destaco al Remo Williams Fred Ward, y a Paul Benjamin, bibliotecario desencantado y rey de los escalones.

Cierto que la historia nos tiende una trampa que debemos aceptar sin darle muchas vueltas o directamente suponiendo que es un dato verídico: la crueldad deliberada del alcaide de la cárcel, individuo que actúa con una impunidad y una mala leche, hablando en plata, que consigue inevitablemente que estos delincuentes se ganen toda nuestra solidaridad. ¿Quién no quiere que se fuguen? A su favor, buen ritmo, guión ensamblado estupendamente y un retrato de la pérdida total de la esperanza en un mundo de celdas. La película no juzga. Yo tampoco lo haré.

Aprovechando «Fuga de Alcatraz», lanzo al aire una inquietud que siempre me asalta con este tipo de temáticas carcelarias: la conveniencia y la justicia del sistema penitenciario actual, tanto para las víctimas como para los delincuentes. Porque tengo la sensación de que algo falla.

La película, muy recomendable.