Pues sí, algo bello es lo que te espera si te decides a ver este clásico Disney de 1955. Perritos y cachorritos, mansiones idílicas, un doblaje mexicano precioso que no necesita que se modifique y un mensaje de amor hacia los animales.

Todo con la magnífica animación que la Disney desplegaba. Inmejorable en cada uno de sus aspectos y detalles; fijémonos en los movimientos de los perros, por ejemplo, que se clavan. Ojo, que no por este realismo se pierde un ápice de ternura y encanto, y por supuesto de sentido artístico. El dibujo entendido como una creación del dibujante y el diseñador, no como un mero instrumento barato para copiar y pegar lo que tenemos delante, sin espacio para la imaginación. Pocas canciones, mucho costumbrismo y unos personajes a los que les coges cariño enseguida. Ya nada más ver a la preciosa Reina siendo un cachorro con un lazo rojo y esas patitas blandas, te enamoras de ella. ¿A que sí?

La lealtad humana y perruna puesta a prueba en este cuento donde una perrita muy querida, Reina, se verá de repente arrojada a la calle por un golpe de mala suerte. En el otro lado de la ciudad conocerá a Golfo, un perro traicionado que ha decidido adaptarse a sus circunstancias y ser feliz con la vida que le ha tocado. Un amor aparentemente entre clases, pero yo no estoy demasiado de acuerdo con eso porque, a fin de cuentas, Golfo es un buen perro venido a menos, así que esta historia no debería escandalizar a nadie.

Hasta inventan un modo nuevo de comerse los espaguetis. Qué monada.