Si es que está clarísimo: el mayor problema de Bill no es el suegro-jefe, ni el cuñado mala leche, ni la mujer infiel, ni el trabajo poco valorado... Tampoco la baja autoestima, en continua comparación con su perfecto hermano mayor, ni la barriga "donutera" ni el vello corporal... Está claro que el problema de Bill es el horrible peinado que tanto le afea, con unas mechas aún más espantosas. Y no es broma.

Lo malo es que el personaje tarda bastante en darse cuenta, y mientras lo hace, este cuarentón en plena crisis de identidad tiene una regresión (bastante vergonzosa) a la adolescencia en compañía de un jovenzuelo muy cara y una dependienta con el físico de Jessica Alba que, incomprensiblemente, se une al grupo. Cierto que tiene sus gracias y el mensaje es menos chorra de lo que a simple vista parece que es, pero sigue siendo una película banal, entre lo tonto y lo ridículo.

Eso sí: a Aaron Eckhart se le nota a leguas lo mucho que tiene que esforzarse en ser un hombre gris y pardillo, sin pizca de atractivo. Por fortuna, su milagrosa y completa metamorfosis, con imprescindible cambio de peinado (su mayo problema, insisto), nos lo muestra tal cual es. Atención al nuevo Bill, porque no tiene desperdicio. Juraría que hasta le cambia la voz.

Más o menos entretenida, pero fácilmente prescindible.