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Rusia Rusia · Stalingrado
Voto de Ferdydurke:
2
Drama Después de cuatro años de separación, Ahmad viaja de Teherán a París a petición de Marie, su esposa francesa, para resolver los trámites de su divorcio. Durante su estancia, descubre la conflictiva relación entre Marie y su hija. Sus esfuerzos para mejorar esa relación sacarán a flote un secreto del pasado. (FILMAFFINITY)
3 de mayo de 2014
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La razón de la sinrazón que a mi razón se hace...
Blanco negro, blanco negro, negro blanco, blanco... Puede, quizás, tal vez... Sí no, no sí, sí sí... no... ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?... Probablemente... ¿Eh?... ¿¿¡¡¡?
Si pudiera ser que lo supiera no lo diría, y aun diciéndolo mentiría.
¿Por qué le dijiste lo del e-mail?, ¿eh?, el e-mail, yo no lo sabía, pero se lo dijiste de todos modos, ¿por qué lo crees?, no lo creo, me lo imagino, es que yo no lo sé realmente... Aparece la hija: yo fui la que mandé los e-mails, ¿eran varios entonces?, sí, pero la mujer que me respondió no era la que yo creía, era otra... Aparece la nueva pareja de la madre: ¿qué es eso de los e-mails?, no sé, tu deberías saberlo... Estamos en la tintorería y aparece la empleada: yo lo hice porque creía que tú sabías que ella me odiaba porque tú me mirabas y yo te miraba... Después de muchos lloros, enfados, discusiones y demás alborotos y sofocones, descubrimos que, en realidad, no eran los e-mails tan decisivos, o quizás sí, sino todo lo contrario en cualquier caso.
Hay varias formas: - se da un dato, el que sea (alguien se va a casar, por ejemplo), pasan diez minutos y asistimos a una conversación en la que se saca el tema como si nadie hubiese hablado de ello antes (¿ vas en serio con esa persona?, le pregunta a la mujer que acababa de decir que se iba a casar); - se da a entender algo y todos hacen como si no lo supieran (que la hija tuvo que ver de alguna manera con el suicidio), pasa media hora y el personaje dice lo obvio (que tuvo que ver ...) como si fuese algo sorprendente y novedoso; -se da una versión de un hecho, se da por bueno, llega otro y da otra versión, se da por buena, llega otro... y, finalmente, se vuelve a empezar de cero como si todo lo anterior no hubiese pasado. Aderezado todo ello con diálogos repetitivos, en el fondo autistas, recurrentes, obsesivos y neuróticos.
Ya pasó con la anterior película; el malentendido ya se dio; se supuso por aquel entonces que era un iraní de talento, un hombre de mirada compleja y profunda (como otros compatriotas suyos, como el gran Kiarostami), que venía a renovar el cine, era sencillo clasificarle, asumirle, era una pieza fácilmente codificable, se le podía poner en el pedestal como un gran representante del cine exótico y brillante (del que nada tiene que ver con el adocenado y demasiado condicionado por el dinero -el norteamericano, evidentemente), como un prohombre festivalero y simpático al que premiar y alabar. El público (el que va/mos a ver esas películas) y la crítica estuvieron de acuerdo, aplausos y qué bueno eres Farhadi. Por lo tanto, era lógico que repitiera la fórmula, que insistiera en lo que había funcionado. Y lo ha vuelto a hacer (es cierto que ha perdido algo: ya no sorprende -no es novedad- y esta vez no ilumina un aspecto oscuro -un divorcio en Irán), ha vuelto a demostrar lo que realmente es; que lo que él hace no es lo mismo que lo del resto, que es otra cosa, que es un titán en lo suyo, que es un fanático de su "idea", un verdadero creador, un director con una mirada propia y definitiva. Nos ha vuelto a regalar una montaña de palabras, un continente, una galaxia de sílabas y letras, nos ha avasallado y abrumado, nos las ha tirado encima como si de un diluvio infame se tratara, como una plaga bíblica, nos ha anegado con ferocidad y sin compasión. Este vendaval implacable ha aplastado cualquier atisbo de historia, cualquier vislumbre de personaje, vida o cine, ha arrasado con todo y no ha quedado nada; únicamente un océano abismal y abisal, dialogado y jeroglífico, un laberinto infinito. Han sido tantas palabras y tan contradictorias, que se han eliminado entre sí, han acabado muertas, sin poder cumplir la alta tarea para la que nacieron, convertidas en cero absoluto, en la falta total de comunicación, la nada perfecta.
Por supuesto que la vida es compleja, contradictoria, paradójica y está llena de matices, claroscuros, confusiones y dudas; es así, es bueno saberlo y que te lo muestren; lo que resulta inasumible es que todo tenga que ser en primer plano, que no haya elipsis ni trasfondo, que hasta la minucia más insignificante y banal se transforme en diálogo cansino y zoquete, que nada quede soterrado o sugerido, que no haya lugar para el sobreentendido y el relajo, que todo tenga que ser explicado una y otra vez, una... No puede ser y no es soportable.
Y aun con todo, tendría cierto sentido si hubiera sido una apuesta extrema y radical, una denostación o cuestionamiento de la realidad; la puesta en la picota del supuesto valor del diálogo (su bondad se tiene por tópico incuestionable) y de la relativa utilidad de las palabras, o simplemente la plasmación de la levedad y falta de sustancia de todo y todos, de cómo nos escondemos tras las palabras, nos refugiamos e intentamos a través de ellas justificar o enmascarar nuestros egoísmos y miserias; hubiera sido lícito, también, hacer algo a lo Rohmer (traspasado por su visión personal e intransferible), vale, bien, eso sí. Pero esto no, esta avalancha verbal es insostenible si además le das forma de melodrama desatado, sin medida ni sentido común, preñado de momentos estrepitosos: suicidios, embarazos, infidelidades, divorcios, culpas, venganzas, gritos, depresiones, confesiones, interrogatorios... Eso es... un engendro ignominioso, una tortura y un martirio; un ejercicio de sadismo que no es bueno ni sano, que agota, cabrea y anonada.
Y el malentendido continúa, y seguirán las palmadas en los hombros y los premios. O quizás no. Ya veremos.
Ferdydurke
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