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Voto de Ferdydurke:
5
6,8
14.819
Romance. Drama
Adaptación de "Bodas de sangre", de Lorca. Desde pequeños, Leonardo, el novio y la novia han formado un triángulo inseparable, pero cuando se acerca la fecha de la boda las cosas se complican porque entre ella y Leonardo siempre ha habido algo más que amistad. La creciente tensión entre ambos es como un hilo invisible que no se puede explicar, pero tampoco romper. (FILMAFFINITY)
23 de diciembre de 2015
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película redundante, agónica. Donde Lorca ponía tragedia, Paula Ortiz no se conforma y le quiere añadir toneladas de pasión exangüe y formalismo exaltado, donde el granadino creó poesía dramática excelsa, la zaragozana le quiere sumar quintales de bailes, músicas y "paradiñas"; venga a jugar con la cámara, las canciones y los colores.
Casi, de tanta ambición y valentía, que ahoga el original, lo somete a fuerza de solemnidad arrebatada y autoría despelotada. Lo cual no es malo, no tendría que serlo. Hay que respetar los clásicos, sin duda, quererlos y entenderlos como se merecen. Pero no hay que rendirse ante ellos ni ser timorato. Otra cosa es que la opción elegida sea la más correcta o acertada.
A mí me quedó la duda, el regusto amargo de la indecisión, vamos, que no sabía si reñir, reír o llorar, si aplaudir la propuesta personal o levantar el dedo acusatorio, si ridículo o sublime, ahí me confundió y me dividió. Y ahí sigo. Rumiando, como un centauro del desierto. Que sí, que me gustó mucho a ratos, me invadió, atoró y aturulló; me hipnotizó. Pero también me cansó, aturdió e irritó; me distanció.
Pirotecnia histéricamente bella, con demasiada deuda del videoclip musical o el anuncio colonial; un aire publicitario, quizás demasiado kitsch, blanda, almibaradamente desgarrado, estrepitosamente tibio; aparente y superficial, aunque muy logrado en su estilo. No sé, que casi había momentos en que la voz cristalina del poeta ni se escuchaba, sojuzgada, huía despavorida, por tanto ahínco y movimiento de cámara, por tanta pirueta, susurro en primer plano y desvarío general. Algo, tal vez, parecido a lo que trató de hacer Baz Luhrmann en su día con Shakespeare, un homenaje a su modo, de aquella manera, inflado de temeridad aparatosa.
Y los actores. Ella está correcta, ellos, menos; Etxeandia, un poco fantoche en un papel difícil, por limitado y exagerado, García, bastante plano, cumpliendo solamente, por los pelos. Mejor las secundarias, Gavasa y Fernádez, o Novoa también.
En fin, que aprecio el empeño, el bravo intento, la buena factura. Y trato de olvidar sus lisérgicos desvíos, aunque solo sea por el vicio irremediable de las palabras, aquí pocas (queríamos más Lorca) pero tan bellas.
Casi, de tanta ambición y valentía, que ahoga el original, lo somete a fuerza de solemnidad arrebatada y autoría despelotada. Lo cual no es malo, no tendría que serlo. Hay que respetar los clásicos, sin duda, quererlos y entenderlos como se merecen. Pero no hay que rendirse ante ellos ni ser timorato. Otra cosa es que la opción elegida sea la más correcta o acertada.
A mí me quedó la duda, el regusto amargo de la indecisión, vamos, que no sabía si reñir, reír o llorar, si aplaudir la propuesta personal o levantar el dedo acusatorio, si ridículo o sublime, ahí me confundió y me dividió. Y ahí sigo. Rumiando, como un centauro del desierto. Que sí, que me gustó mucho a ratos, me invadió, atoró y aturulló; me hipnotizó. Pero también me cansó, aturdió e irritó; me distanció.
Pirotecnia histéricamente bella, con demasiada deuda del videoclip musical o el anuncio colonial; un aire publicitario, quizás demasiado kitsch, blanda, almibaradamente desgarrado, estrepitosamente tibio; aparente y superficial, aunque muy logrado en su estilo. No sé, que casi había momentos en que la voz cristalina del poeta ni se escuchaba, sojuzgada, huía despavorida, por tanto ahínco y movimiento de cámara, por tanta pirueta, susurro en primer plano y desvarío general. Algo, tal vez, parecido a lo que trató de hacer Baz Luhrmann en su día con Shakespeare, un homenaje a su modo, de aquella manera, inflado de temeridad aparatosa.
Y los actores. Ella está correcta, ellos, menos; Etxeandia, un poco fantoche en un papel difícil, por limitado y exagerado, García, bastante plano, cumpliendo solamente, por los pelos. Mejor las secundarias, Gavasa y Fernádez, o Novoa también.
En fin, que aprecio el empeño, el bravo intento, la buena factura. Y trato de olvidar sus lisérgicos desvíos, aunque solo sea por el vicio irremediable de las palabras, aquí pocas (queríamos más Lorca) pero tan bellas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El tema, el asunto es conocido, la tragedia llevada/traída a nuestra esencia. Traspasada por lo telúrico; los dioses griegos son en este caso la sangre y el sexo, el pasado árido y maldito de la carne, el Sino, esa fuerza atávica, implacable, que conduce a la destrucción, que se pretende embridar pero resulta inútil, es indomeñable. Los personajes son títeres, peleles dirigidos/directos a la muerte, sin arte ni parte, instrumentos necios y desbaratados de unas fuerzas que les exceden, que ni entienden ni controlan, dominados por sus adentros ciegos, por sus entrañas, lo que se te mete muy en los centros y no te puedes arrancar.
Quizás contraste ese mundo cargado de símbolos, la tragedia como terreno donde el significado se satura de sentido (todo es señal o augurio, nada es banal o frívolo) y perdición, con la actualidad desvalida, sin apenas referencias, perdida, sin destinos, dioses ni nadie al que rogar o condenar por nuestra negra desgracia, ese vacío que nos rodea, esa libertad inevitable, una falta de peso que nos hace leves y ridículos, nada dignos de merecer tanta sangre y desafuero. De la tragedia a la comedia, del horror a la farsa.
Quizás contraste ese mundo cargado de símbolos, la tragedia como terreno donde el significado se satura de sentido (todo es señal o augurio, nada es banal o frívolo) y perdición, con la actualidad desvalida, sin apenas referencias, perdida, sin destinos, dioses ni nadie al que rogar o condenar por nuestra negra desgracia, ese vacío que nos rodea, esa libertad inevitable, una falta de peso que nos hace leves y ridículos, nada dignos de merecer tanta sangre y desafuero. De la tragedia a la comedia, del horror a la farsa.