La educación de los niños es su futuro. Y no me refiero únicamente a conocimientos, que también. Pero desde la perspectiva de ciertos políticos se tiende a confundir educación con adoctrinamiento. No hay nada como el plástico y esponjoso cerebro de los infantes para imbuirles cualquier tipo de principios, adhesiones acríticas y odios viscerales. Cualquier régimen totalitario, o que aspire a serlo, sabe que la escuela es el mejor lugar para empollar el huevo de la serpiente. Los niños, cuando dejen de ser colegiales y confronten la realidad con lo que les han enseñado, tal vez carezcan del aparato crítico que les permita discernir que les han estado mintiendo y serán para siempre presa de sus prejuicios.
Lore no es capaz de darse cuenta en todo su largo y penoso periplo. Tiene que llegar al "hogar" para ser consciente de que todas aquellas patrañas no se comparecían con la realidad. Este me parece el gran acierto de la película: que la epifanía no se produzca durante la odisea, sino al llegar al ansiado puerto. La Alemania de post-guerra no sólo tuvo que enfrentarse a la penosa tarea de la reconstrucción. Más complejo resultaba el problema de la desprogramación de toda aquella gente que había crecido oyendo aquellas manipuladoras mentiras.
La generación de Lore es la de los alemanes abatidos por la culpa y la vergüenza por el sufrimiento causado a sus vecinos y a sí mismos. El brutal despertar de una ensoñación heroica, la de la ensoberbecida Alemania hitleriana que iba a dominar el mundo porque estaba predestinada a ello. El tema ha sido tratado últimamente en la miniserie "Nuestros padres,nuestras madres" con un tonillo un tanto exculpatorio. Esta película no se recrea en los aspectos más duros más de lo necesario, aunque se le va la mano con lo del "lirismo". Y Lore tampoco se puede quejar, que ha llegado a casa bastante íntegra.
Sobre el mismo tema, pero mucho más dramática, "El puente", de Berhard Wicki.