Henos aquí ante una película en la que el término está empleado con propiedad. The wicker man era una película extraña en 1973, y absolutamente marciana en este 2020, pero a diferencia de otros productos que han envejecido mal la capacidad hipnótica permanece intacta, veamos lo que veamos en pantalla. El cine de terror de los 70 es maravilloso porque aparte de caminos más transitados supo tomar carreteras secundarias en las que no se buscaba el susto fácil o el higadillo, y éste es un ejemplo paradigmático. Robin Hardy parte de un guión sugerente pero es capaz de redondearlo creando una atmósfera extraña que incomoda al espectador hasta llegar a un clímax final para el recuerdo. Gran parte del cine de terror contemporáneo (sí, estoy hablando de tí, Ari Aster) bebe totalmente de este afán por sugerir y por jugar con la inteligencia del espectador. Bravo.