Es decir: no hay quien se lo coma. Juan Antonio Bayona, que no es tonto, ya puso la venda antes de la herida al afirmar que su película no gustaría a la crítica, señal inequívoca de que sabe perfectamente donde esta el problema y por donde le van a caer los palos. He de decir que la dirección artística de Lo imposible es el trabajo más serio que he visto en los últimos años, y la recreación tanto del sunami como del caos posterior está un escalon por encima de lo primoroso: la puesta en escena de una Tailandia desbordada y de sus hospitales es sencillamente espectacular y memorable, rozando lo documental. Bayona también hace un buen trabajo a la hora de plantear las escenas y transmitir el horror y el desamparo absolutos, pero comete un gran error al meterse en una película de catastrofes tan reciente sin contar con un buen guión, o al menos no tan pésimo como es este. Y es que el perpetrador no domina las mínimas convenciones del género, y por tanto no da ninguna contrapartida al hecho de coger al espectador por sus partes emocionales y retorcérselas durante todo el metraje: no hay lugar para la más mínima épica, para el humor, para la reflexión histórica, para una mínima sub-trama que alivie las cuitas de los protagonistas, sino que todo se limita a estirar hasta lo doloroso un argumento que cabría en un Post-it y regalarnos cientos de ojos llorosos y otros recursos cobardes. Claro, a los amantes de la pornografía emocional les encantará, pero al resto se les quedará muy corta, muy tramposa y muy insustancial. Por poner un ejemplo, la lista de Schlinder era tanto o más devastadora pero Spielberg sí supo dar elementos accesorios o de conexión intelectual para que fuera una obra maestra imperecedera y no una mera lloradera.