Pleno siglo XXI y las costumbres de Medio Oriente no dejan de sorprender a Occidente y viceversa. Mientras que en este lado del hemisferio los alcances para la mujer han sido grandes, mas no todavía decisivos, en las naciones islámicas el fanatismo permisivo con el sexismo les imposibilita vivir sin ataduras. La bicicleta verde no te cuenta nada que no se sepa, mas vuelve a ser otro ejemplo del sistema radical al empleo de la creencia a favor del dominio sobre el despertar de los jóvenes, donde la ausencia de color es otro síntoma de rigidez no sólo percibido en los atuendos de la gente (túnicas y burkas), sino en el contexto general, autos y casas en blanco y negro –y como variante alguna el color gris–.

Los límites establecidos hacia la población, pero sobre todo hacia el género llegan a lo risible: una mujer casada no puede ir a trabajar sin compañía, ni mostrar su rostro en vía pública, tampoco tocarse unas a otras, mucho menos cuestionar y deben acatar la sumisión que su sexo les debería conferir. Otros más llegan a ser indignos como el casamiento de menores con adultos, por mencionar algo. No obstante, nunca a de faltar la roja que intente corromper las reglas del islamismo, aun cuando se tenga que camuflajear el desapego por la devoción a Alláh y así ganar un concurso de tipo recital y conocimientos básicos de religión que le permita tener acceso a 800 riyales para la adquisición de un juguete aceptado por la comunidad para niños e inconcebible para niñas.

Una película a la denuncia en pro de los derechos de la mujer, de historia sencilla que devela el valor de ellas en otras latitudes.