Bueno, en primer lugar, la película ofreció un compendio de escenas escatológicas que iban desde los vómitos verdes hasta la masturbación con un crucifijo, pasando por orines en la moqueta, mocos y supuraciones varias. Pero el verdadero terror provenía del coqueteo (operación marketing) con que aquello bien podría ser real. Y oye, que ahí no se estaba hablando de monstruitos con cremallera, ni de fantasmas más o menos molestos. Se estaba hablando del puto jefe, del cabrón que parte el bacalao, el más malo de los malotes.

- Creo que puede ser útil que le ponga en antecedentes sobre las distintas personalidades que Regan ha manifestado. Hasta ahora parece que hay tres.

- Solo hay una - Contesta Merrin.

Ni Pazuzu, ni Napoleón, ni Santa Rita. "El Demonio en Persona" es el que está arriba puteando a una pobre niña y vomitando puré de guisantes.

Acto seguido, la pantalla mostraba a dos sacerdotes acercándose hacia la puerta de la habitación de Regan, donde iba a tener lugar la batalla final. El bien contra el mal.

Y acojonaba. Acojonaba mucho. Claro está que las nuevas generaciones ya lo han visto todo, y muchos jovencitos insolentes se permitirán el lujo de reirse de algunos pasajes del film. Pero me hubiera gustado observarles el careto si hubieran visto la película unos cuantos años atrás, cuando ni el tato sabía que existían los conceptos claves de la película. Y es que El Exorcista tuvo la gran ventaja de llegar antes, fue el primer colono de una tierra virgen sobre la cual ya no queda verde, y en donde parece que nadie vaya a respirar jamás aire fresco.