Si quiero ver una película sobre Nueva York solamente tengo que ponerme lo mejor de Woody Allen, una película de aquellos años en las que las hacía en blanco y negro para potenciar aún más lo gris, pero fantástica, que puede resultar esta ciudad.

Sus película siempre tendrán la misma temática, el amor en la naturaleza humana aunque se hable de artistas, cantantes, y en este caso, de un representante artístico, un pobre hombre que ve en cada artista algo grande, aunque sean los pájaros lo que toquen el piano.

Es sin duda su época dorada, su época más auténtica, los años de sus grandes películas rodadas en New York.
Calles grises, ruidosas, gente paranoica, histérica, una gente que se mueve al ritmo de la ciudad y lo mejor de todo, Woody Allen sabe retratarlo de una manera increíble, retrata cada esquina y cada calle con tanto cariño que hasta la basura de Nueva York resulta bonita.

Una película más del gran genio, mafia italiana, artistas de mala muerte, amores, infidelidades y los mejor de todo, las videntes.

Todo en Allen es genial porque es muy auténtico, nunca retrata nada que no se vea por la calles de la gran manzana.

Una película en la que pasan muchas cosas, todo parece fluir de una manera caótica, como si se tratase de Fellini, pero para nada es Fellini, todo es muy personal, se reconoce que es una película de Allen después de ver el primer minuto, es sin duda, la mano del director lo que hace que todo funcione.

Por primera vez veo a Mia Farrow hacer una papel muy diferente dentro de las películas de Allen, y realmente lo hace muy bien.

Una vez más, Allen retrata Nueva York de la misma manera pero de una manera diferente.