Una villa en la Toscana cuenta una historia sorprendentemente similar a la tragedia real que vivieron Liam Neeson, su hijo Michéal Richardson y el resto de su familia con la trágica muerte de su esposa y madre, la actriz Natasha Richardson, tras un inesperado accidente mientras esquiaba. Por extraño que suene, parece que fu exactamente esa similitud la que atrajo a padre e hijo al proyecto debut como director de James D'Arcy, como una forma de canalizar y sanar su propio dolor.
Porque de eso nos habla Una villa en la Toscana. Partiendo de la muy trillada base de un padre y un hijo que apenas se hablan y no tienen una relación muy normal ni muy cercana, pero que han de unirse tras una tragedia, D'Arcy reflexiona sobre el dolor y las diferentes formas de sanarlo, y cómo de una situación absolutamente trágica puede nacer algo positivo para este padre y este hijo. Y como tal, la cinta puede que no sea ninguna obra maestra del cine que vayamos a recordar para siempre, pero sí es un agradable visionado que además entretiene mucho. Aprovecha también muy bien el director la química absolutamente real entre Neeson y Richardson, que obviamente no tienen que esforzarse mucho para transmitir al espectador el cariño que se tienen. Richardson, en concreto, resulta una grata sorpresa, pues está encantador y se le ve madera para convertirse, con un poco de suerte, en un más que solvente galán. Miren si no su última escena con Valeria Bilello, y cómo combina humor y ternura.
En definitiva, una película simple, sencilla, pero bonita y agradable.

Lo mejor: Las interpretaciones de Liam Neeson y Michéal Richardson, y su indudable encanto.
Lo peor: Es lo que es, y su argumento está más visto que el tebeo.