Como en el resto de sus cintas, Bilge Ceylan es un maestro controlando la tensión narrativa. El ritmo es aparentemente lento. La acción es aparentemente inexistente. Todo conjugado a favor de lo realmente importante: el mensaje y la sugerencia.
Aparentemente, porque sí hay acción y sí hay ritmo, pero son interiores y se encuentran dentro del espectador o los debe aportar un espectador activo y actor.
Todos los problemas de cualquier sociedad se presentan en la superficie del paisaje invernal. La lucha de clases con su lumpenproletariado, la pseudoizquierda librepensadora y acomodada en sus diatribas intelectualoides, los prejuicios endémicos de la tradición, el machismo paternalista disfrazado de donación altruísta, las enfermas relaciones familiares,etc.
Y envolviéndolo todo, lo terrible y lo sucio, la poesía de un gran director. Director de silencios, encuadres y miradas.
Una bella y descorazonadora película en la que uno debe poner lo mejor y lo peor de sí mismo, porque forma parte de este sueño o pesadilla, de este cuento o metáfora, de esta reconocible realidad, CINE.