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Voto de Chris Jiménez:
8
7,6
2.380
Intriga. Cine negro
Una noche de tormenta, Hugo e Ivón llegan a un hotel de Gijón acompañados del hijo del primero. Salen a ver el mar embravecido y poco después Ivón regresa pidiendo socorro porque el muchacho ha sido arrastrado por el mar. Como el cadáver no aparece, un comisario se hace cargo del caso. (FILMAFFINITY)
10 de mayo de 2024
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Los escarpados acantilados de Cimadevilla, las olas de un mar embravecido rompen la calma del increíble paisaje asturiano, un mar de furia que de algún modo anuncia tragedia.
Mientras tanto los peces rojos dan vueltas y se dejan arrastrar por la fuerte corriente, hacia un destino fatal...
El destino fatal y los pobres miserables que lo viven. José Antonio Nieves Conde vuelve a las aguas turbias, mugrientas, del cine criminal en el cual se ha hecho un nombre como uno de sus más brillantes realizadores; llega al ambicioso proyecto de "Los Peces Rojos" igual que les sucede a muchos de sus personajes: por la casualidad y la influencia de otras personas. El principal era Carlos Blanco, un señor que podía situarse entre los mejores guionistas de su generación y que concibió una historia casi como una extensión de la de "Los Ojos dejan Huellas", dirigida por José Luis Sáenz de Heredia.
Intrincada, compleja, una historia que admiraba y que pasó, en un proceso largo, pesado e incluso surrealista, por muchas manos antes de llegar de rebote a las del segoviano, y el tiempo que permaneció en EE.UU. contratado por empresas del calibre de Columbia y RKO le permitió acercarse a Joseph Mankiewicz, Jack Cardiff y otros, pero, como era habitual en su carrera, la suerte no le acompañó, y en este caso tampoco el presupuesto necesario. Su terrible desconfianza a que se metiera de por medio Nieves Conde tiene su justificación en la jugarreta que le hizo con el guión de "Llegada de Noche", donde cambió parte del diálogo sin avisarle...
Ahora la situación era distinta, ya no había permiso para cambiar una sola coma de un libreto tan codiciado y en el que tanto se volcó, aunque hubo cosas que inevitablemente se volvieron en contra del autor. La estructura, gracias a Dios, no, iniciada como la imaginó, en las calles de ese Gijón nocturno y azotado por una tormenta, al que llegan la pareja Hugo e Ivón para pasar unos días; hay algo un poco extraño en este prólogo: un tercero en discordia, un joven hijo llamado Carlos a quien escuchamos interaccionando con los otros dos, y sin embargo nunca se persona en pantalla.
La narración se corta y entonces nos hallamos en mitad del caos, vemos a la mujer desesperada vociferando por las calles, al padre sobre el Cerro de Santa Catalina con la mirada clavada en las rocas: ese hijo al que no vimos ya no lo veremos porque se ha caído por el acantilado. Entonces esta es una intriga policial, pensamos; detectives a la manera clásica del "noir", con sus gabardinas, sombreros, cigarros en la boca, se arremolinan alrededor de la pareja y hacen preguntas...y de repente algo cambia en el ambiente; Ivón cesa sus lloros, la tensión se disipa, parece que todo esto estaba pensado desde hacía tiempo.
Pero si la mujer vuelve a su estado natural Hugo siente un peso encima...y aquí empieza a urdir su trampa el inteligente guión, que vuelve a interrumpir el presente, pero esta vez para mandarnos a un tiempo pretérito. Nieves Conde participa en el juego con su técnica, brillante: la cámara se acerca a Hugo y su seca voz es la que da pie al "flashback", vamos a escudriñar en su mente por una razón muy importante que ya sabremos. Ahora es otra historia, la de este escritor frustrado interpretado por el gran actor mexicano Arturo García y la de su novia, bailarina de un show un tanto cutre.
A ésta, aunque la iba a encarnar Aurora Bautista, le presta su salvaje belleza Emma Penella (y Blanco le da el nombre, en su versión castiza, de una de las "femme fatale" por excelencia: Yvonne de Carlo). Nos instalamos así en la crisis de la pareja, en un Madrid que (excepto por una espectacular panorámica a plena luz del día) sólo visitaremos a través de sus bares llenos de humo, salas de fiestas, callejuelas desiertas y apartamentos nada lujosos, un Madrid de romántica fantasía negra, tal como lo ve Hugo. Pero éste es reprendido por su editor, que prefiere seguir la moda del momento y contar la realidad tal como es, cuando lo que precisamente él desea escapar de su realidad, la despreciable y sucia realidad.
Todo rastro de "thriller" policial se esfuma y esto se asemeja más a un melodrama psicológico con ecos de James Cain e Ivón de mujer fatal al convertirse en el conflicto entre dos hombres: Hugo y Carlos, que al parecer la anhela y desea. Cuesta creer que la censura permitiese la relación de una mujer a dos bandas con un padre y su propio hijo, pero sí, sucede, y el motivo es que no se consuma, porque éste sigue sin aparecer. Carlos, objeto de misterio, del que ya sabemos gracias al prólogo que ha sido víctima de un complot familiar perverso. ¿Los celos lo propiciaron?, ¿una infidelidad que no vemos en pantalla?, ¿o un asunto de dinero?
Pero antes de enterarnos las olas vuelven a romper la ilusión, y volvemos donde estábamos, a la investigación policial, aunque una de las mejores cosas del guión es que Blanco no sólo nos revela secretos por medio del acceso al pasado, sino también gracias a los hechos presentes. Ahora lo que importa es la presencia de un dinero que iba a ser heredado, así que nuestras sospechas son confirmadas; las luces y sombras físicas de Nieves Conde ocultan otras sombras que se destapan poco a poco, pasándose el protagonismo a los dos policías encargados del caso...
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Un ejercicio desafiante y estilizado (no pocas ovaciones merece la puesta en escena y la fotografía de Francisco Sampere) que sabe equilibrar de maravilla el suspense, la violencia, la tensión, el duro drama social, el melodrama negro, la intriga policíaca y su toque de horror psicológico...
Y que fue más allá de lo que el público español de la época pudo soportar (el no acostumbrado a este cine, el ignorante vulgo, para qué mentir), por eso fracasó en taquilla, pero el tiempo no tardó en colocarla entre los títulos imprescindibles de nuestro cine y del género.
Mientras tanto los peces rojos dan vueltas y se dejan arrastrar por la fuerte corriente, hacia un destino fatal...
El destino fatal y los pobres miserables que lo viven. José Antonio Nieves Conde vuelve a las aguas turbias, mugrientas, del cine criminal en el cual se ha hecho un nombre como uno de sus más brillantes realizadores; llega al ambicioso proyecto de "Los Peces Rojos" igual que les sucede a muchos de sus personajes: por la casualidad y la influencia de otras personas. El principal era Carlos Blanco, un señor que podía situarse entre los mejores guionistas de su generación y que concibió una historia casi como una extensión de la de "Los Ojos dejan Huellas", dirigida por José Luis Sáenz de Heredia.
Intrincada, compleja, una historia que admiraba y que pasó, en un proceso largo, pesado e incluso surrealista, por muchas manos antes de llegar de rebote a las del segoviano, y el tiempo que permaneció en EE.UU. contratado por empresas del calibre de Columbia y RKO le permitió acercarse a Joseph Mankiewicz, Jack Cardiff y otros, pero, como era habitual en su carrera, la suerte no le acompañó, y en este caso tampoco el presupuesto necesario. Su terrible desconfianza a que se metiera de por medio Nieves Conde tiene su justificación en la jugarreta que le hizo con el guión de "Llegada de Noche", donde cambió parte del diálogo sin avisarle...
Ahora la situación era distinta, ya no había permiso para cambiar una sola coma de un libreto tan codiciado y en el que tanto se volcó, aunque hubo cosas que inevitablemente se volvieron en contra del autor. La estructura, gracias a Dios, no, iniciada como la imaginó, en las calles de ese Gijón nocturno y azotado por una tormenta, al que llegan la pareja Hugo e Ivón para pasar unos días; hay algo un poco extraño en este prólogo: un tercero en discordia, un joven hijo llamado Carlos a quien escuchamos interaccionando con los otros dos, y sin embargo nunca se persona en pantalla.
La narración se corta y entonces nos hallamos en mitad del caos, vemos a la mujer desesperada vociferando por las calles, al padre sobre el Cerro de Santa Catalina con la mirada clavada en las rocas: ese hijo al que no vimos ya no lo veremos porque se ha caído por el acantilado. Entonces esta es una intriga policial, pensamos; detectives a la manera clásica del "noir", con sus gabardinas, sombreros, cigarros en la boca, se arremolinan alrededor de la pareja y hacen preguntas...y de repente algo cambia en el ambiente; Ivón cesa sus lloros, la tensión se disipa, parece que todo esto estaba pensado desde hacía tiempo.
Pero si la mujer vuelve a su estado natural Hugo siente un peso encima...y aquí empieza a urdir su trampa el inteligente guión, que vuelve a interrumpir el presente, pero esta vez para mandarnos a un tiempo pretérito. Nieves Conde participa en el juego con su técnica, brillante: la cámara se acerca a Hugo y su seca voz es la que da pie al "flashback", vamos a escudriñar en su mente por una razón muy importante que ya sabremos. Ahora es otra historia, la de este escritor frustrado interpretado por el gran actor mexicano Arturo García y la de su novia, bailarina de un show un tanto cutre.
A ésta, aunque la iba a encarnar Aurora Bautista, le presta su salvaje belleza Emma Penella (y Blanco le da el nombre, en su versión castiza, de una de las "femme fatale" por excelencia: Yvonne de Carlo). Nos instalamos así en la crisis de la pareja, en un Madrid que (excepto por una espectacular panorámica a plena luz del día) sólo visitaremos a través de sus bares llenos de humo, salas de fiestas, callejuelas desiertas y apartamentos nada lujosos, un Madrid de romántica fantasía negra, tal como lo ve Hugo. Pero éste es reprendido por su editor, que prefiere seguir la moda del momento y contar la realidad tal como es, cuando lo que precisamente él desea escapar de su realidad, la despreciable y sucia realidad.
Todo rastro de "thriller" policial se esfuma y esto se asemeja más a un melodrama psicológico con ecos de James Cain e Ivón de mujer fatal al convertirse en el conflicto entre dos hombres: Hugo y Carlos, que al parecer la anhela y desea. Cuesta creer que la censura permitiese la relación de una mujer a dos bandas con un padre y su propio hijo, pero sí, sucede, y el motivo es que no se consuma, porque éste sigue sin aparecer. Carlos, objeto de misterio, del que ya sabemos gracias al prólogo que ha sido víctima de un complot familiar perverso. ¿Los celos lo propiciaron?, ¿una infidelidad que no vemos en pantalla?, ¿o un asunto de dinero?
Pero antes de enterarnos las olas vuelven a romper la ilusión, y volvemos donde estábamos, a la investigación policial, aunque una de las mejores cosas del guión es que Blanco no sólo nos revela secretos por medio del acceso al pasado, sino también gracias a los hechos presentes. Ahora lo que importa es la presencia de un dinero que iba a ser heredado, así que nuestras sospechas son confirmadas; las luces y sombras físicas de Nieves Conde ocultan otras sombras que se destapan poco a poco, pasándose el protagonismo a los dos policías encargados del caso...
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Un ejercicio desafiante y estilizado (no pocas ovaciones merece la puesta en escena y la fotografía de Francisco Sampere) que sabe equilibrar de maravilla el suspense, la violencia, la tensión, el duro drama social, el melodrama negro, la intriga policíaca y su toque de horror psicológico...
Y que fue más allá de lo que el público español de la época pudo soportar (el no acostumbrado a este cine, el ignorante vulgo, para qué mentir), por eso fracasó en taquilla, pero el tiempo no tardó en colocarla entre los títulos imprescindibles de nuestro cine y del género.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Félix Acaso y el gran Félix Dafauce, sagaz pareja en la tradición norteamericana; aceptamos sus suposiciones, la de un crimen cometido por dinero, mientras nos permitimos añadir el factor de la infidelidad. Pero cuando estamos a un paso de creer saber más que el guión éste vuelve a golpearnos igual que a los personajes.
El vestíbulo, decorado completo del maestro Gil Parrondo, como escenario vital para desentrañar misterios. Una puerta abierta que no tuvo que abrirse, una habitación descubierta sin decirlo nadie, y el sarcástico conserje del motel, personaje indudablemente "hitchcockiano".
Él rebatirá las palabras del editor del periódico, que fue un absoluto imbécil al afirmar que la gente prefiere la realidad a la fantasía. Mentira. Desde que empezó esta historia no hay un solo personaje que no construya una ilusión para maquillar la realidad, desde Magda, compañera de Ivón, que inventa enredos entre ésta y Carlos, hasta el susodicho conserje, quien prefiere hacer los hechos más emocionantes porque no le gustan las "historias sosas". Todos estos personajes que pivotan alrededor de Hugo y que pudieran ser los protagonistas de un libro de su cosecha, ellos provocan que la realidad supere en ardides de fantasía a la ficción.
Nieves Conde, temeroso de la confusión que pudiera causar en el público, quiso narrar la estructura de modo cronológico, pero Blanco se opuso y permaneció este planteamiento-nudo-desenlace atravesado por dos reveladores viajes al pasado. En el segundo "flashback" por fin conocemos a la tía millonaria que odia a Hugo por razones no muy claras...y el film se eleva a alturas nunca imaginadas, porque todo lo que suponíamos, los celos, la infidelidad, un hijo de otra mujer fruto de un adulterio, un crimen. Todo es humo. Ni hubo ni hay Carlos. Es sólo la fantasía de un escritor que ha terminado invadiendo su realidad, pudriendo su mente y apoderándose de su alma.
Por eso el guión continúa con el cinismo, la opresión, la amoralidad y la elaboración de intrigas de "Los Ojos dejan Huellas", ya que en ambas un falso suicidio proporciona una salida al protagonista. Ahora Hugo toma el papel de Raf Vallone pero su exposición cruza todos los límites; en una secuencia memorable entra en la habitación de Carlos, llena de máscaras (al fin y al cabo no es más que eso), y la cámara se ubica en el punto de vista del individuo ausente, aunque muy real para él. Y si Siodmak nos obligó a mirar por la rendija del ropero en "La Escalera de Caracol", Nieves Conde nos obliga a participar y ser cómplices de la psicosis de Hugo, cuyo magistral García se desborda en la locura y la teatralidad.
Atmósferas de puro terror psicológico en una quiebra del propio sentido de la historia, en primera persona, y uno de los momentos más poderosos de la carrera del director, del género, de la Historia del cine, que Hitchcock habría matado por filmar...y que no así debería haberse mostrado mucho más tarde en esta compleja estructura, pues en nuestro último regreso al presente ya sabemos más que los detectives. Que se repitan los hechos del prólogo desde otro punto de vista ahora que conocemos todo lo sucedido es una jugada maestra, pero el método de dejar que los personajes averigüen lo que ha visto el espectador no es muy acertado.
Otros dos fallos que hacen patinar al desenlace son: que el abogado metomentodo informe a los desconcertados detectives de la enfermedad de Hugo (¿pero...y él cómo se ha enterado?) y ese final que la censura de la época fastidió, cuando podría haber sido el broche de oro perfecto: el suicidio de Hugo para librarse de su falso personaje, de la mentira que había estado viviendo y de la que había estado alimentándose.
Pero todo es echado a perder por el tabú de presentar un suicidio en pantalla (el de Carlos se perdonó, claro, porque éste no existía).
El vestíbulo, decorado completo del maestro Gil Parrondo, como escenario vital para desentrañar misterios. Una puerta abierta que no tuvo que abrirse, una habitación descubierta sin decirlo nadie, y el sarcástico conserje del motel, personaje indudablemente "hitchcockiano".
Él rebatirá las palabras del editor del periódico, que fue un absoluto imbécil al afirmar que la gente prefiere la realidad a la fantasía. Mentira. Desde que empezó esta historia no hay un solo personaje que no construya una ilusión para maquillar la realidad, desde Magda, compañera de Ivón, que inventa enredos entre ésta y Carlos, hasta el susodicho conserje, quien prefiere hacer los hechos más emocionantes porque no le gustan las "historias sosas". Todos estos personajes que pivotan alrededor de Hugo y que pudieran ser los protagonistas de un libro de su cosecha, ellos provocan que la realidad supere en ardides de fantasía a la ficción.
Nieves Conde, temeroso de la confusión que pudiera causar en el público, quiso narrar la estructura de modo cronológico, pero Blanco se opuso y permaneció este planteamiento-nudo-desenlace atravesado por dos reveladores viajes al pasado. En el segundo "flashback" por fin conocemos a la tía millonaria que odia a Hugo por razones no muy claras...y el film se eleva a alturas nunca imaginadas, porque todo lo que suponíamos, los celos, la infidelidad, un hijo de otra mujer fruto de un adulterio, un crimen. Todo es humo. Ni hubo ni hay Carlos. Es sólo la fantasía de un escritor que ha terminado invadiendo su realidad, pudriendo su mente y apoderándose de su alma.
Por eso el guión continúa con el cinismo, la opresión, la amoralidad y la elaboración de intrigas de "Los Ojos dejan Huellas", ya que en ambas un falso suicidio proporciona una salida al protagonista. Ahora Hugo toma el papel de Raf Vallone pero su exposición cruza todos los límites; en una secuencia memorable entra en la habitación de Carlos, llena de máscaras (al fin y al cabo no es más que eso), y la cámara se ubica en el punto de vista del individuo ausente, aunque muy real para él. Y si Siodmak nos obligó a mirar por la rendija del ropero en "La Escalera de Caracol", Nieves Conde nos obliga a participar y ser cómplices de la psicosis de Hugo, cuyo magistral García se desborda en la locura y la teatralidad.
Atmósferas de puro terror psicológico en una quiebra del propio sentido de la historia, en primera persona, y uno de los momentos más poderosos de la carrera del director, del género, de la Historia del cine, que Hitchcock habría matado por filmar...y que no así debería haberse mostrado mucho más tarde en esta compleja estructura, pues en nuestro último regreso al presente ya sabemos más que los detectives. Que se repitan los hechos del prólogo desde otro punto de vista ahora que conocemos todo lo sucedido es una jugada maestra, pero el método de dejar que los personajes averigüen lo que ha visto el espectador no es muy acertado.
Otros dos fallos que hacen patinar al desenlace son: que el abogado metomentodo informe a los desconcertados detectives de la enfermedad de Hugo (¿pero...y él cómo se ha enterado?) y ese final que la censura de la época fastidió, cuando podría haber sido el broche de oro perfecto: el suicidio de Hugo para librarse de su falso personaje, de la mentira que había estado viviendo y de la que había estado alimentándose.
Pero todo es echado a perder por el tabú de presentar un suicidio en pantalla (el de Carlos se perdonó, claro, porque éste no existía).