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Voto de Chris Jiménez:
7
Comedia En la cárcel Modelo de Valencia se va a celebrar el Día Internacional del Preso de Conciencia. Gentes de la política, la cultura y la farándula asistirán al acto y aprovecharán la ocasión para hacer lucrativos negocios. (FILMAFFINITY)
6 de mayo de 2023
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Nos concienciamos, o al menos se intentó, con el pobre, con el pequeño empresario, con el exiliado, con aquél que quiso ascender en el escalafón social...
En esta ocasión el sr. Berlanga no arrastra por los pies hasta las tripas de una prisión para que nos pongamos frente a frente con el preso común y comprendamos mejor todo su mundo.

Es un viaje de esencia tan ácida que causa heridas en las fosas nasales. Y llega muy tarde, nada menos que seis años después de la chiflada "astracanada" de "Moros y Cristianos", marcando, para desgracia de todo el cine español, la última colaboración entre el director y su compañero de fatigas Rafael Azcona. Dejando a medias el frustrado proyecto de una 4.ª parte de la saga "Nacional" debido a la muerte de Luis Escobar se lanza precisamente a organizar una especie de curiosa relectura de la primera, "La Escopeta", junto a su hijo Jorge al guión.
Esto podría impedir a más de uno acercarse, por el mero hecho de repetir los mismos esquemas en los que se ha apoyado toda la obra del valenciano, y sería un error; en efecto, no hay nada en "Todos a la Cárcel" que no lo tengamos visto y oído, pero el tema a tratar en el mundo "berlangiano" siempre está en el fondo, porque lo importante es cómo se trata. No hay más que ver el disparate de trama que la inicia, con una intriga política llena de corrupción gubernamental y hampón italiano encerrado que pareciera sacada de las páginas de LeCarré; eso de fondo, y vemos otra vez a Sazatornil encarnando a un Canibell más envejecido y amargado, ahora con el nombre de Artemio.

Esto es: el fabricante de porteros electrónicos se dedica ahora al negocio de sanitarios, y su aventura al interior de la cárcel valenciana de Modelo repite los pasos en la cacería de los aristócratas Leguineche; sin embargo su participación aquí no se da de manera voluntaria, sino totalmente forzada, y el aire empieza a faltarnos incluso antes de haber entrado. Berlanga se hace con las galerías auténticas de la vieja prisión de Mislata, dentro de Picassent, y allí cuela toda su farándula, creando un esperpento en movimiento cuyas proporciones hacía tiempo no se veían en su cine.
Esta farándula va a formar parte de otra variante del festejo de "Acoja a un Pobre en su Mesa" que ya vimos en "Plácido", y sirve de escaparate para el asunto del mafioso retenido simplemente para que todos los invitados se intenten beneficiar de ello. Se trata de la generación del llamado "Pelotazo", los empresarios ejemplo del modelo económico neoliberal que ha desarrollado la administración González, y quienes sustituyen muy orgullosos a los mismos sinvergüenzas y caraduras que antes que ellos se aprovechaban del sistema. Un reemplazo con más lustre y más aceptación social, por ignorancia, muy en disfrute de sus repugnantes acciones.

Porque si antes había cacerías, como bien dice el personaje de ese gracioso Antonio Resines, ahora hay reuniones sociales de concienciación como la que vemos aquí. Pero las únicas conciencias que circulan están sucias y asquerosas, y es que Berlanga y su hijo escupen con mucha furia sus críticas, mofándose, bastante zafiamente, de todas las personalidades concentradas: de la política, de la cultura, de la iglesia, del mundo de los negocios, incluso de la Historia misma de España, que cara a cara se encuentran en una situación social nueva pero con los viejos rencores palpitando en sus hígados.
El clima en esta película es por tanto pegajoso, la mala sombra pulula por encima de las cabezas de todos, y mientras el pobre Artemio, como el pobre Plácido, sin poder arreglar los asuntos que le tienen con el agua al cuello. A su alrededor la cámara de Berlanga capta la miseria apiñada, a la que mira de manera más tierna (los presos, ruina de la Historia, quienes sólo desean comer) o más rabiosa (los funcionarios y políticos, que se refugian en apariencias). Pero algo les distingue a todos por igual: cada uno piensa sólo en su propio beneficio, y el sufrimiento del prójimo no importa lo más mínimo.

Así, mientras dos dicharacheros presos (Manuel Alexandre y Rafael Alonso) intentan fornicar con unas bailarinas de la fiesta, el responsable de su organización (José Sacristán) se carga sus principios cenándose los langostinos que en principio iban a servirse, sólo porque la televisión no va a retransmitir el evento; y como todos los periodistas sólo buscan morbo (en este caso el objeto de su interés es un preso que mató a hachazos a su esposa). A otro lado el director (Agustín González, irascible como siempre) es un caradura que se deja sobornar, siempre y cuando Hacienda no se entere, por los que quieren la liberación del gángster, sólo para fugarse con su amante travesti de las garras de su rancia esposa (Chus Lampreave, maravillosa).
Los cocineros escupen en la comida, los presos se amotinan y quieren violar a la ayudante del organizador (Marta Fernández), los dueños de fundaciones congregados en el festejo buscan llenarse los bolsillos, el ministro (Joaquín Climent) se regodea en su falsa confraternización y por detrás vomita sobre sus rivales de la oposición, y Artemio sin solucionar sus deudas y quien mandará todo a freír morcillas. Berlanga nos hace parte de su troupe de pícaros malencarados y repulsivos manipuladores con ese movimiento en plano-secuencia que hace aparecer de izquierda a derecha, de arriba a abajo, todo un universo de vocerío, grosería y engaño.

La maestría de este destripador social se revoluciona a través de los pasadizos de un microcosmos que ofrece en sus pocos metros cuadrados el reflejo perfecto de lo que es el mundo español de ahí fuera: esperpéntico, terrible, patético...de traca, vamos.
Con esta revolución silenciosa en su discurso por fin puede destacar en los Goya, donde será un gran ganador. Aquí, para muchos, incluido un servidor, capitula la obra del valenciano.
Chris Jiménez
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