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Voto de Chris Jiménez:
9
Drama. Comedia. Thriller Murakawa no es solamente un gángster, sino uno especialmente violento y agresivo. Es todo lo imprudente que uno puede esperarse de un yakuza o incluso más, y ha conseguido buenas influencias. Pero empieza a estar cansado de su estilo de vida, quiere cambiar. Varios yakuzas de Tokio son enviados a Okinawa para ayudar a terminar una guerra entre gángsters. El conflicto se intensificará y Murakawa se convertirá en una pieza fundamental. (FILMAFFINITY) [+]
2 de marzo de 2017
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"A veces tienes tanto miedo que te asusta la muerte".
Demoledora sentencia lanzada por el protagonista en una escueta conversación que sin embargo resulta ser la más importante y trascendente del film, a la vez resumen del concepto del mismo.

¿Puede un asesino, un hombre aparentemente desprovisto de sentimientos, o con una capacidad enorme para esconderlos ante el mundo que le rodea, un hombre implacable dispuesto a no rendirse ante nada, temer a algo o a alguien?, ¿sentir soledad, melancolía, tristeza...o terror? Takeshi Kitano, colmado de ingenio, nos ofrece una perfecta demostración de ello en "Sonatine", su cuarta obra como cineasta tras el delicado y ciertamente extraño drama "A Scene at the Sea" y una de las más memorables de su carrera, siendo también la que empezó a otorgarle reconocimiento internacional a partir de su exitosa presentación en Cannes.
Todo esto cuatro años antes de que conquistara definitivamente el Mundo con "Hana-bi". Con una premisa que giraba en torno a cuatro conceptos básicos (unos yakuzas han de ir a un sitio, llegan a ese sitio, el protagonista se dispara en la cabeza y un tiroteo final), el nipón parece que quisiera combinar sus dos trabajos "Boiling Point" y "A Scene at the Sea" (en temática y estilo) y nos sumerge de lleno en los entresijos de los letales clanes japoneses metiéndose una vez más en la piel de un gángster.

Murakawa, un tipo leal, conciso, feroz cuando la situación lo requiere y no obstante deseoso de abandonar esa vida de peligro, tiene orden de ir a la bella Okinawa (lugar que ejerce una fascinación especial en el cineasta, donde ya rodó anteriormente) junto a sus hombres para mediar en una "amistosa" disputa entre dos familias, los Nakamatsu y los Anan; la misión se perfila a todas luces sencilla, pero sufrirá un revés inesperado. La primera media hora está dominada por la oscuridad, la violencia, la hosquedad, y nos revela a qué se dedican los yakuza, sus negocios y sus protocolos dentro de la familia y qué son realmente; seres humanos dominados por una violencia inevitable, que les insensibiliza y transforma en despiadadas criaturas, una violencia con la que conviven y mueren.
Una violencia la cual dejan pasar a través suyo en tanto que la reconocen, la hacen vivir y le dan un nuevo impulso con los mismos medios que emplean para intentar frenarla. La desasosegante escena del puerto en la que Murakawa profiere indiferente "Vaya, ha muerto...no importa" observando al tipo al que torturaban, ya ahogado, lo ejemplifica a la perfección. Pero esto sólo sirve para que conozcamos a los personajes y situarnos en un escenario que pronto abandonaremos, ya que la introducción es un mero pretexto para mostrar la relación entre seres humanos, la manifestación de los profundos sentimientos frente a la imperante e inevitable violencia.

Y sobre todo y por encima de todo el deseo de una vida mejor, más sencilla, mas digna (antes del tiroteo, Murakawa observa en silencio a unos jóvenes que entran al bar a tomarse unas cervezas; su mirada lo dice todo). Allí, en una casa apartada en la playa, los yakuza luchan al sumo (referencia a "Takeshi's Castle"; algunos episodios del programa se rodaron en Okinawa), juegan con frisbees, con cohetes (que reaparecerán en "Hana-bi"), hacen chistes, bailes tradicionales (genial esa escena de la parodia de la danza clásica con Uechi, Ken y Ryoji), se burlan de la vestimenta de Katagiri, algunos caen en agujeros en la arena preparados por Murakawa, quien llega a enamorarse de una chica (una imponente Aya Kokumai) a la que salva de un repugnante individuo.
En realidad, el cineasta se inspira en un film que había visto hace poco y le fascinó, el "Mediterráneo" de Gabriele Salvatores, proponiendo sólo un leve giro a una trama que por lo demás comparte todos sus elementos: cambiar a los soldados abandonados por yakuzas y un desenlace trágico. Sin embargo, este intenso anhelo de paz y tranquilidad se encuentra todo el tiempo bajo el signo de una amenaza constante, el signo de la muerte. Signo que perseguirá al protagonista en forma de sueño en el que se suicida y que acaba encarnado la figura de un asesino anónimo disfrazado de pescador, quien devolverá a los personajes al infierno de crimen y odio del que procedían.

Para un yakuza la redención y la paz únicamente se pueden lograr en la muerte, ya que son imposibles de alcanzar en vida, todo ello mientras el bueno de Kitano se sirve de su particular estilo (planos frontales, incómodo estatismo, largos silencios atravesados de estallidos de violencia, mínimos diálogos, ácido humor negro, momentos de puro surrealismo). Así, "Sonatine" se destapa como una brillante introspección intimista y psicológica en el género de gángsters, como nunca se había hecho, a la vez que deconstrucción absoluta del mismo. Una historia que fusiona la más bella y sentimental poesía con una truculenta y descarnada violencia.
Donde realmente, lo que se alza por encima de ese mundo infernal de tiros, sangre, honor corrupto y venganza, es la añoranza de un tiempo que fue mejor, la recuperación de la inocencia (esa ruleta rusa orquestada por Murakawa y convertida en un juego de niños al son del "piedra, papel, tijera"), de la despreocupación, de la verdadera amistad, e incluso del amor apasionado. Acompañado de la excelente música de Joe Hisaishi (en su segunda colaboración) y de la fotografía de Katsumi Yanagishima en el equipo técnico, y de los geniales Tetsu Watanabe, Ren Osugi, Kenichi Yajima, Masanobu Katsumura y un Susumu Terajima sorprendente en el equipo artístico, el director daría vida a la primera obra maestra de las muchas que ocuparían su carrera.

Trágica, descorazonadora y sensible, atroz y tierna; el rojo de la sangre, el blanco de la Luna y el azul del mar componen su sinfonía.
Inolvidable la onírica escena del disparo en la cabeza, al igual que las interpretaciones de Kitano y Terajima. Imprescindible, y no sólo para fans del director, que da saltos gigantes en su carrera.
Chris Jiménez
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