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Voto de Chris Jiménez:
5
Acción. Comedia Keong (Jackie Chan), un policía de Hong Kong, viaja a Nueva York para asistir a la boda de su tío, pero durante su estancia en el Bronx se verá envuelto en una lucha de bandas callejeras.(FILMAFFINITY)
16 de enero de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entrada la década de los '90, el cine de acción hongkonés y sus estrellas no eran sólo cosas de aficionados "freaks" y amantes de lo oriental; ya habían llegado a todo el Mundo y con gran éxito, y más aún tras desembarcar dos cineastas de la talla de John Woo y Ringo Lam a EE.UU..
Sin embargo faltaba alguien más por arrasar en las taquillas americanas; no era Yun-Fat Chow ni Tony Leung, sino Jackie Chan, quien por aquellas fechas era el actor de acción más reconocido, famoso y querido de toda China.

Grande entre grandes, más incluso que el legendario Bruce Lee (no se puede decir lo mismo hoy en día), un ser indestructible que dejaba catatónico con sus cintas de alto voltaje en las que la acción se elevaba a catárticas alturas, sobre todo porque realizaba sus secuencias peligrosas sin el uso de dobles ni siquiera cables (hoy sólo Tony Jaa hace eso). Este señor volvería a cruzar el océano (algunos no saben que ya lo hizo en "The Big Brawl" una década antes, pero fracasó) junto al cineasta, colaborador y amigo Stanley Tong con el objetivo de embelesar a sus fans americanos de una vez por todas a través de la producción que nos ocupa, de las más grandes y espectaculares que había visto su carrera.
Aunque la versión distribuida por New Line Cinema (que la modificaría a su antojo a base de inexplicables cortes y algunos nuevos doblajes) no haga mención, Chan es ahora Keung, un simpático policía recién llegado de Hong Kong a Manhattan que planea asistir a la boda de su tío y ayudarle en su humilde tienda de comestibles, situada en las profundidades de la ruidosa y problemática área del Bronx; ya desde su aparición (con el encuentro de su tío en el aeropuerto) el protagonista desea dejar patente sus desvelos para la comedia más absurda y desenfadada, cosa que perdurará hasta el final.

Da imagen de héroe desinteresado, es torpe, amable, honesto, no juzga, ayuda a todos, siempre sonríe y para rematar hace una increíble demostración de sus habilidades de lucha con un perchero: ya tiene al público en el bolsillo. Por su similitud en las situaciones, este primer tramo recordará al de "El Furor del Dragón" (Roma se cambia por New York y el restaurante por una tienda...), aunque la batalla que comienza entre Keung y esa banda de motoristas descerebrados parece remitir a la librada por Charles Bronson en "El Justiciero de la Noche". A partir de este encuentro la película inicia su estampida hacia el desenfreno.
Y es que Stanley Tong no nos da tregua, pues pasará de una secuencia de acción a la siguiente, y casi sin solución de continuidad; pero una acción absolutamente descarriada y abrumadora, técnicamente agobiante por la energía ciclónica que exuda cada una de sus escenas, la cual, al mezclarse con dosis de comedia la mar de disparatada, se logra un espectáculo de puro frenesí que divierte y atonta con la misma eficacia (ni John Woo ha hecho algo así). Esta acción, sin embargo, será tan vertiginosa como la estructura de una trama a todas luces ilógica en la que los hechos suceden de forma aleatoria y sin orden alguno.

Para muestra: durante un tiempo estamos inmersos en la confrontación entre Keung y los motoristas, hasta que aparecen de repente esos gángsters y el policía se inmiscuye sin quererlo en una violenta intriga criminal con diamantes incluidos quedando en segundo plano aquellos con los que se enfrentaba (¡con quienes terminará aliándose a pesar de todo lo sucedido!). ¿Cómo se come esto? Oscilaciones y cambios bruscos tanto como la presencia combinada del humor y la violencia, muy brutal y en ocasiones incómoda, que llegado a cierto punto la película no sabe por cual decantarse realmente.
De por medio, un encuentro de gracia que lleva a un romance sin muchas luces y una pequeña e insignificante subtrama dramática que incluye a un pobre niño en silla de ruedas y su hermana, casualmente miembro de la banda (todo sea por rizar el rizo). ¿Debemos prestar atención a todo eso?, pues seguramente no, pues lo más destacado aquí es cómo el sr. Chan se va abriendo camino entre los villanos y cómo el director nos bombardea con explosivas secuencias hasta llegar al apoteósico y no menos apocalíptico desenlace.

Sus preguntas son firmes y directas: ¿creías que era imposible arrojar una furgoneta desde la azotea de un edificio?, ¿o que un hovercraft atravesara las calles de la ciudad?, ¿o que un camión se enganchara con cadenas a un supermercado...¡y arrancara de cuajo toda su estructura!? Pues aquí lo podemos ver, quizás el mayor desprecio jamás mostrado hacia la integridad del mobiliario urbano en una obra cinematográfica. Es decir, que si algo se puede destruir, destruyámoslo, y cuanto más ruido se haga mejor; el estilo es sobrecargado y excesivo a todos los niveles, puramente ochentero. Entre tanto, actuaciones impagables de Bill Tung, Anita Mui, David Fredericks y Garvin Cross.
Pero todos sabemos adónde se dirige nuestra atención (además de a las piernas de Françoise Yip): a esas coreografías de pelea hipnóticas y enrevesadas de un Jackie Chan que se revuelve, contorsiona, corre, pega y brinca como si le fuera la vida en ello; literalmente, ya que, como bien se enseña durante los créditos, el pobre (y algunos miembros del equipo) acabaría lesionado durante el rodaje. Acción sin efectos digitales, pura adrenalina, de la que te hace vibrar y sudar, y un sentido del humor que hay que ver para creer.

"Rumble in the Bronx" (prefiero su título original) fue la que por fin abrió las puertas del mercado norteamericano a Chan y uno de los mayores éxitos de 1.995/1.996, superando en diez veces su (modesto) presupuesto en taquilla.
Aprende, Michael Bay, lo que es cine de acción auténtico.
Chris Jiménez
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