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Voto de Chris Jiménez:
8
5,4
10.879
Terror. Thriller
Remake de la película "La última casa a la izquierda", dirigida por Wes Craven en 1972. Mari Collingwood llega con sus padres a la casa que tienen junto al lago para pasar unos días. Esa misma tarde, saliendo por la zona con su amiga Paige, ambas son secuestradas por Krug, un psicópata que ha escapado de la cárcel, y sus compañeros, su perturbada novia Sadie, su sádico hermano Francis, y su anulado hijo Justin. (FILMAFFINITY)
28 de junio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando Ingmar Bergman estrenó en 1.960 "El Manantial de la Doncella" ofreció una perfecta muestra de cómo se pueden trascender los límites de la locura en el ser humano y cómo éste, durante un efímero periodo de tiempo, abandonaría todo aquello que le han estado inculcando con respecto a la religión, la moral, la compasión y el perdón en pos de lograr un acto tan reprochable, pero a menudo inevitable e incluso necesario, como es el de la venganza.
Doce años después, un joven llamado Wes Craven que se proponía debutar como cineasta siguió esos mismos parámetros inspirándose en la obra del sueco. Bajo el auspicio de Sean S. Cunningham se realizaría "La Última Casa a la Izquierda" a comienzos de unos '70 donde el cine de terror, influenciado por una nueva corriente surgida con "Psicosis" (más tarde bautizada como "slasher"), empezaba a dejar de lado la ficción y los monstruos de fantasía para enfocarse hacia un estilo más realista y comprometido, sobre todo en el grado de violencia que se pudiera mostrar en pantalla. Aquel pequeño film de explotación, mal dirigido y peor editado, resultó ser un arma de doble filo: incendiario por lo explícito de su propuesta y denostado por una gran mayoría pero verdaderamente lucrativo de cara a la taquilla.
La ópera prima de Craven fue desde luego una hija de su tiempo, y su violencia y ácida crítica social encajaban perfectamente con el temor por el auge de los asesinos psicópatas y la amarga situación que provocó la Guerra de Vietnam; una película sin embargo desfasada en esta época y que precisaba, como otros tantos títulos de género, de un "remake". Ejerciendo de productores, Craven y Cunningham encargarían el proyecto al joven griego Dennis Iliadis tras quedar fascinados con su debut "Hardcore"; no es apropiado decir que estemos ante una renovación completa de la original de 1.972, sino ante una revisión, más en forma que en esencia.
Adam Alleca y Carl Ellsworth mantienen la idea de esa típica familia norteamericana donde todo es calidez y unión tocada por la mano de lo horrible: el secuestro y violación de la hija por un grupo de malvados asesinos; sin embargo se modifican algunas situaciones (el concierto de "rock" no existe, sólo una chica morirá...), se otorga una profundidad mayor a los personajes, tanto a los protagonistas (Mari pasa de ser una rebelde a una inocente atleta; los padres sostienen la gran carga de tener un hijo fallecido) como a los antagonistas (Justin, con quien empatiza el público y que inicia una significativa relación con Mari), y la trama se trata desde una perspectiva mucho más seria y realista, pues en la anterior quedaba lastrada por un humor absurdo e incoherente al incluir la presencia de aquellos ineptos agentes de la ley.
En esta ocasión el papel de los policías queda reducido a la secuencia de apertura, brutal y siniestra, que ya nos pone sobre aviso del tono que se mantendrá en el film; en esto la intervención de Iliadis es determinante, quien transforma lo que antes era violencia descarnada y puro delirio masoquista, tan propio de las producciones "exploitation", en un horror que por lo agrio de sus imágenes alcanza directamente no sólo las entrañas sino el inconsciente del espectador, sumergiéndolo en una atmósfera perturbadora y desasosegante sin llegar a lo malsano o enfermizo como sí hacía Craven.
El griego se sirve de un buen presupuesto y apuesta por filmar de un modo más estético y visual, reparando en los pequeños detalles de la imagen (las balas atravesando el agua, la sangre brotando de las heridas), aunque eso signifique perder por el camino algo de la explícita crudeza de la versión original, lo que además le vale para distanciarse del estilo de obras de horror moderno como "Hostel" y "Saw", que reparan más en lo físico que en lo psicológico. Y es que es en lo psicológico donde reside el auténtico pavor del ser humano, aun más cuando se llega a empatizar con tanta fuerza con los personajes como nos obliga su obra.
El crimen ya ha sucedido. Nos hemos convertido en testigos impotentes de las vejaciones y maltratos que han sufrido las chicas, supuestamente muertas; la casa pasa a ser un escenario envuelto en tinieblas que vaticina una carnicería, preparado con el cuidado uso de un suspense "depalmaniano" que gana en tensión a medida que los imprevistos avanzan para John y Emma (que no para nosotros). Más que obligarnos, se nos plantea la cuestión que empieza a atormentar a los anteriores, conscientes del peligro que reside en su morada; las dudas se despejarán en un tramo final de auténtico frenesí destructivo, pero en absoluto placentero.
Los padres, tentados por la idea de la venganza (Emma acaricia los cuchillos mientras John fantasea con las herramientas), no tienen más remedio que sobrevivir a los monstruos convirtiéndose en monstruos; el director desata un infierno de mezquindades y atrocidades perpetrados por seres humanos normales que han cruzado esa delgada línea entre la ética y la locura. No hay lugar para el humor, los resultados son salvajes y la aspereza de la violencia, lejos de ser explícita, resulta desagradable por su realismo.
El elenco, por su parte, ofrece unas creíbles e impactantes interpretaciones, en especial el tándem Tony Goldwyn/Monica Potter, la joven Sara Paxton y un Garret Dillahunt repulsivo a más no poder (aunque no gane en ello a David Hess). La cuidada producción y el fascinante trabajo de fotografía de Sharone Meir hacen el resto. Estamos, aunque ni los críticos ni los más puristas estén de acuerdo, ante uno de esos pocos casos en los que el "remake" supera al original.
La jugada, con una recaudación total de más de 40 millones de dólares (en contraposición a sus 15 millones invertidos), le salió desde luego mejor a Iliadis que a Marcus Nispel con la nueva versión "La Matanza de Texas" o a Alexandre Aja con la de "Las Colinas tienen Ojos". Es, además, terriblemente entretenida.
Doce años después, un joven llamado Wes Craven que se proponía debutar como cineasta siguió esos mismos parámetros inspirándose en la obra del sueco. Bajo el auspicio de Sean S. Cunningham se realizaría "La Última Casa a la Izquierda" a comienzos de unos '70 donde el cine de terror, influenciado por una nueva corriente surgida con "Psicosis" (más tarde bautizada como "slasher"), empezaba a dejar de lado la ficción y los monstruos de fantasía para enfocarse hacia un estilo más realista y comprometido, sobre todo en el grado de violencia que se pudiera mostrar en pantalla. Aquel pequeño film de explotación, mal dirigido y peor editado, resultó ser un arma de doble filo: incendiario por lo explícito de su propuesta y denostado por una gran mayoría pero verdaderamente lucrativo de cara a la taquilla.
La ópera prima de Craven fue desde luego una hija de su tiempo, y su violencia y ácida crítica social encajaban perfectamente con el temor por el auge de los asesinos psicópatas y la amarga situación que provocó la Guerra de Vietnam; una película sin embargo desfasada en esta época y que precisaba, como otros tantos títulos de género, de un "remake". Ejerciendo de productores, Craven y Cunningham encargarían el proyecto al joven griego Dennis Iliadis tras quedar fascinados con su debut "Hardcore"; no es apropiado decir que estemos ante una renovación completa de la original de 1.972, sino ante una revisión, más en forma que en esencia.
Adam Alleca y Carl Ellsworth mantienen la idea de esa típica familia norteamericana donde todo es calidez y unión tocada por la mano de lo horrible: el secuestro y violación de la hija por un grupo de malvados asesinos; sin embargo se modifican algunas situaciones (el concierto de "rock" no existe, sólo una chica morirá...), se otorga una profundidad mayor a los personajes, tanto a los protagonistas (Mari pasa de ser una rebelde a una inocente atleta; los padres sostienen la gran carga de tener un hijo fallecido) como a los antagonistas (Justin, con quien empatiza el público y que inicia una significativa relación con Mari), y la trama se trata desde una perspectiva mucho más seria y realista, pues en la anterior quedaba lastrada por un humor absurdo e incoherente al incluir la presencia de aquellos ineptos agentes de la ley.
En esta ocasión el papel de los policías queda reducido a la secuencia de apertura, brutal y siniestra, que ya nos pone sobre aviso del tono que se mantendrá en el film; en esto la intervención de Iliadis es determinante, quien transforma lo que antes era violencia descarnada y puro delirio masoquista, tan propio de las producciones "exploitation", en un horror que por lo agrio de sus imágenes alcanza directamente no sólo las entrañas sino el inconsciente del espectador, sumergiéndolo en una atmósfera perturbadora y desasosegante sin llegar a lo malsano o enfermizo como sí hacía Craven.
El griego se sirve de un buen presupuesto y apuesta por filmar de un modo más estético y visual, reparando en los pequeños detalles de la imagen (las balas atravesando el agua, la sangre brotando de las heridas), aunque eso signifique perder por el camino algo de la explícita crudeza de la versión original, lo que además le vale para distanciarse del estilo de obras de horror moderno como "Hostel" y "Saw", que reparan más en lo físico que en lo psicológico. Y es que es en lo psicológico donde reside el auténtico pavor del ser humano, aun más cuando se llega a empatizar con tanta fuerza con los personajes como nos obliga su obra.
El crimen ya ha sucedido. Nos hemos convertido en testigos impotentes de las vejaciones y maltratos que han sufrido las chicas, supuestamente muertas; la casa pasa a ser un escenario envuelto en tinieblas que vaticina una carnicería, preparado con el cuidado uso de un suspense "depalmaniano" que gana en tensión a medida que los imprevistos avanzan para John y Emma (que no para nosotros). Más que obligarnos, se nos plantea la cuestión que empieza a atormentar a los anteriores, conscientes del peligro que reside en su morada; las dudas se despejarán en un tramo final de auténtico frenesí destructivo, pero en absoluto placentero.
Los padres, tentados por la idea de la venganza (Emma acaricia los cuchillos mientras John fantasea con las herramientas), no tienen más remedio que sobrevivir a los monstruos convirtiéndose en monstruos; el director desata un infierno de mezquindades y atrocidades perpetrados por seres humanos normales que han cruzado esa delgada línea entre la ética y la locura. No hay lugar para el humor, los resultados son salvajes y la aspereza de la violencia, lejos de ser explícita, resulta desagradable por su realismo.
El elenco, por su parte, ofrece unas creíbles e impactantes interpretaciones, en especial el tándem Tony Goldwyn/Monica Potter, la joven Sara Paxton y un Garret Dillahunt repulsivo a más no poder (aunque no gane en ello a David Hess). La cuidada producción y el fascinante trabajo de fotografía de Sharone Meir hacen el resto. Estamos, aunque ni los críticos ni los más puristas estén de acuerdo, ante uno de esos pocos casos en los que el "remake" supera al original.
La jugada, con una recaudación total de más de 40 millones de dólares (en contraposición a sus 15 millones invertidos), le salió desde luego mejor a Iliadis que a Marcus Nispel con la nueva versión "La Matanza de Texas" o a Alexandre Aja con la de "Las Colinas tienen Ojos". Es, además, terriblemente entretenida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Dennis Iliadis, quien utilizó bien la experiencia que obtuvo con su debut, ha demostrado un talento innato para renovar el clásico de Craven, tanto en la perspectiva estética como en los rasgos más profundos y emocionales, aunque quizá este exceso de perfeccionamiento haya traído consigo ciertos aspectos y detalles cuya presencia parece lastrar al film en su conjunto o resultar incómoda y poco acertada individualmente.
Uno de ellos, sin ir más lejos, es la lógica poco ingeniosa y demasiado obvia que hallamos en el guión de Alleca y Ellsworth (resulta muy conveniente para eventos futuros que el padre de Mari sea cirujano y ella una campeona en natación), o quizá la manera en que el director decide enfocarla en pantalla. Su obsesión por el detalle otorga una nueva visión al film, más artística y visual, sin embargo tropieza argumentalmente hablando y enseña sin tapujos más que insinúa.
Elementos como ese billete de dólar ensangrentado que Justin esconde, por ejemplo, y que no sólo revela la conexión con el grupo de psicópatas del inicio sino que nos priva del efecto sorpresa que podría provocar la entrada de éstos a la habitación del motel (no será la primera vez que los personajes se sorprendan más que el espectador).
Esa obviedad o conveniencia también la marca Iliadis reparando (como si no tuviese la intención) en objetos del escenario, como la barra que sujeta las cortinas en la bañera o el medallón de Mari, los cuales tendrán sus respectivas funciones (físicas y emocionales) en acontecimientos venideros; elementos que, de algún modo u otro, sirven de signo de premonición.
Uno de ellos, sin ir más lejos, es la lógica poco ingeniosa y demasiado obvia que hallamos en el guión de Alleca y Ellsworth (resulta muy conveniente para eventos futuros que el padre de Mari sea cirujano y ella una campeona en natación), o quizá la manera en que el director decide enfocarla en pantalla. Su obsesión por el detalle otorga una nueva visión al film, más artística y visual, sin embargo tropieza argumentalmente hablando y enseña sin tapujos más que insinúa.
Elementos como ese billete de dólar ensangrentado que Justin esconde, por ejemplo, y que no sólo revela la conexión con el grupo de psicópatas del inicio sino que nos priva del efecto sorpresa que podría provocar la entrada de éstos a la habitación del motel (no será la primera vez que los personajes se sorprendan más que el espectador).
Esa obviedad o conveniencia también la marca Iliadis reparando (como si no tuviese la intención) en objetos del escenario, como la barra que sujeta las cortinas en la bañera o el medallón de Mari, los cuales tendrán sus respectivas funciones (físicas y emocionales) en acontecimientos venideros; elementos que, de algún modo u otro, sirven de signo de premonición.