No acudí al cine cuando se estrenó en salas en su día, más que nada porque la temática me parecía dada a hacer una hagiografía del fundador de Open Arms, sobre el que trata la película y personaje encarnado por el siempre eficaz y casi siempre magnífico Eduard Fernández.

La veo en tableta, con lo que conlleva de pérdida de perspectiva y de magia, además de algo predispuesto a que no me guste. Y así es en la primera parte de la película, que se me hace previsible y con pasajes un tanto poco creíbles, algo irracional si pensamos que está basada en una historia cierta y demostrable, cercana además en el tiempo.

La segunda parte de la película, la más sensiblera y dramática, funciona mucho mejor, toca el corazoncito del espectador y eso lo consigue sobre todo a través de personajes secundarios que van cobrando importancia en la trama, como son los actores griegos, López Arnaiz o Alèx Monner.

Como casi siempre, Anna Castillo parece ir a su bola y, también como casi siempre, borda el papel de sí misma sin ningún tipo de pudor, algo que parece contagiársele a un actor tan formidable como Fernández, peligroso, ciertamente. Por otra parte, una pena que un actor de la talla de Sergi López se vea últimamente abocado a personajes muy menores, casi intrascendentes.

Se ve y no molesta, pero no deja poso después.