El Nueva York de principios de los años ochenta, sirve como escenario para éste oscuro, sorprendente como soberbio drama con elementos de thriller cuyos dosificados principios argumentales no exentos de visceralidad y realismo bordados con elegancia. Las corruptelas, afanes de ambición y las extralimitaciones giran alrededor mal ambiente que se respira en el seno de una pareja de tan prometedores y ambiciosos empresarios, el matrimonio Morales (interpretados por el actor de origen guatemalteco Oscar Isaac y la californiana Jessica Chastain) que pululan para ambicionar su proyecto en los muelles de esa ciudad gris que los espera al otro lado del “skyline”, lo que supondría subir sin miramientos en los peldaños del poder y la gloria.

Los Morales se las apañan para sacar adelante un algo más que dudoso negocio de compra-venta de combustible a través de camiones cisterna que venden al mejor postor como si fueran el repartidor de la leche pero con la máxima honradez posible; algo que el maestro Sidney Lumet había subrayado con el calibre de su policíaca obra maestra “El Príncipe de la Ciudad” (Prince of the City, 1981), por ejemplo y trasladado aquí a las oscuras elites empresariales capaces de saltarse las de la ley con tal de conseguir su objetivo. Con el hándicap de no tener que recurrir a un fiscal que los persigue para que les salve el pellejo de unos competidores ocultos que se salen y les salen por todas capaces de recurrir a un tiroteo si hace falta para adueñarse de algo que no les pertenece y redondear un sabotaje que supondría la pérdida de millones de un esperanzador y próspero imperio familiar.

Lo Mejor: su escalofriante planteamiento: a que se puede recurrir para conseguir algo.
Lo Peor: las poses de Oscar Isaac a lo Al Pacino.