La trilogía tanto literaria como cinematográfica de Millenium debería considerarse más bien como si únicamente fueran dos volúmenes. Una primera parte bien cerrada, que supuso Los hombres que no amaban a las mujeres, y una segunda parte mucho más voluminosa que comprende la segunda y tercera entrega. La primera resulta eficaz, directa y muy entretenida tanto el libro como la película. El segundo y tercer libro acaban siendo innecesariamente largos y repetitivos, llenos de datos, nombres, tramas y subtramas no siempre importantes. Algo que resultaba imposible trasladar a la pantalla en toda su extensión, y que ha sido cortado y recortado de aquella manera.
Hay pocas cosas nuevas que decir sobre La reina en el palacio de las corrientes de aire con respecto a lo ya dicho sobre la segunda parte. En este caso la historia mira mucho al pasado para poder resolver todos los problemas del presente. Un presente que tiene recluida en una cama de hospital a la gran protagonista de la historia, Lisbeth Salander. Intentando recuperarse de las heridas sufridas al final de la segunda parte, y a la espera de ser juzgada por intento de asesinato Salander cuenta con la ayuda de Mikael Blomkvist para intentar salir indemne de todo el proceso. Para ello hay que empezar por rebuscar en el patio trasero de los servicios de inteligencia suecos desde varias décadas antes.
El entramado argumental que planteaba Stieg Larsson en su novela resultaba tan complejo que incluso en la propia novela daba la sensación de que no se profundizaba lo suficiente en él, mientras se perdía el tiempo en reiteraciones innecesarias. El principal problema de la película, al igual que el de la segunda parte, proviene de la lamentable adaptación que se ha realizado. Creo que nadie que no se haya leído previamente el libro, podría entender nada de lo que pasa en la película, y aun así es difícil.
La historia es una sucesión de escenas un tanto inconexas y personajes que no se presentan. Todo el meollo que envuelve la narración de Millenium II y III tiene su origen en un pasado lejano y un desarrollo a través de varias décadas que culmina en los acontecimientos presentes. Pero la información que se da al espectador es esquemática y en el mejor de los casos confusa.
Es cierto que las dos horas largas de película no llegan a aburrir y es que pasan tantas cosas y tan rápido, que aunque uno no sepa muy bien de que va todo se mantiene más o menos entretenido. La dirección de Daniel Alfredson resulta plana pero eficiente y solo la presencia de sus interpretes salva a la película de la mediocridad. Ya he mencionado en alguna ocasión anterior a Noomi Rapace, y no quiero olvidarme esta vez de la presencia secundaria pero notoria de la estupenda y atractiva Lena Endre.