Robert Zemeckis sigue empeñado en transformar en muñecos inanimados a actores de carne y hueso. Después de la navideña Polar Express ahora le toca el turno a una leyenda medieval de guerreros y monstruos en las heladas tierras del norte de Europa.
La película cuenta la historia de un reino danés que vive atemorizado por los ataques de un monstruo, Graendel. En su ayuda acude el guerrero Beowulf, que tras una curiosa pelea acaba con él. Pero la lucha no ha acabado. Muchos años después, tras convertirse en rey, deberá enfrentarse a la poderosa madre de Graendel.
Zemeckis ha optado por la animación para narrar la historia, una animación en la que a partir de los rasgos de los actores se recrean los correspondientes personajes animados. Es una técnica tan novedosa como desacertada, ya que en ese paso hacia la animación los actores pierden toda expresividad, pareciendo auténticos autómatas. Es algo que resulta totalmente artificial. Toda la espectacularidad que se consigue en los paisajes y batallas se pierde cuando vemos a los personajes humanos en un plano medio o corto.
El guión de la película ha despojado a la leyenda de Beowulf de toda complejidad y la ha reducido a un brillante espectáculo de acción tan vistoso y entretenido como poco profundo. De todas formas hay alguna secuencia que en su afán por ser espectacular pierde casi toda su credibilidad, como es la lucha entre Beowulf y Graendel.
El reparto de la película es excelente, pese a que la presencia de Angelina Jolie solo sea un reclamo publicitario. Solo queda lamentar que no hayamos podido disfrutar de sus auténticas interpretaciones, a cambio de ver a sus acartonados modelos informáticos.