Universitario que es culpable de matar a su esposa y a siete desconocidos en un accidente de auto, que decide redimirse haciéndose pasar por empleado de hacienda, lo cual logra sacándole la licencia de inspector a su hermano, para conseguir siete individuos deshauciados que precisen en su mayor parte un órgano para seguir viviendo (aunque no todos ya que una mujer necesita una casa para huir de un marido presuntamente golpeador la cual él consigue, sin aclarar si es suya y se la regala o la consiguió como falso empleado de impuestos), y como su amargura es tan grande ya decidió suicidarse de antemano (ya que evidentemente no tiene confianza en la Psicología ni en la Religión), metiéndose junto a una amada, vieja conocida desde su infancia y venenosa medusa tóxica hasta la médula de los huesos (o hasta el caracú, como decimos los argentinos), junto a unos cubitos de hielo para lograr que el rigor mortis no evite que sus córneas y su corazón lleguen a buen puerto y no pudiendo donar mucho más ya que ya había dado algunas de sus achuras en vivo (aclarando que alcanzado este punto de la historia el guionista y autor de la obra ya había donado el hemisferio izquierdo y parte del cerebelo a algún descerebrado necesitado), faltando contar que en el raid buscadonantes tiene tiempo para enamorar a una cardiópata premortem, desilusionarla, sacarle los yuyos del jardín, arreglarle una imprenta, satisfacerla sexualmente, probar que todos los posibles receptores de sus órganos son dignos de los mismos, insultar a un ciego, golpear justicieramente a un médico, llevar al baño alzada a una anciana, alquilar un cuarto donde pondrá una pecera con medusa venenosa y todo y a un perro símil caballo, el cual sacará a pasear y a hacer popó, tener conflictos con su hermano, andar con cara trágica el 99,99 % de la película y romperle los sesos al espectador que ruega para que este esperpento llegue rápidamente a su fin.