Con lo más granado del panorama interpretativo patrio del momento a su servicio, Cuerda se embarcó en su proyecto más personal y arriesgado, una película inclasificable que rompe todas las normas cinematográficas establecidas, dejando a los personajes campar a sus anchas por uno de los guiones más surrealistas y originales jamás rodado. Siguiendo la estela de la España esperpéntica de Valle Inclán, aderezada con las greguerías de Gómez de la Serna, el director da rienda suelta a su imaginación y nos sorprende a cada instante con una realidad tan absurda y tan onírica que se hace casi deseable poder visitar de verdad ese pueblo, ese mundo, donde hasta los astros se rebelan contra las leyes físicas establecidas.

Una película imprescindible, aunque sólo sea por ver discutir a un cura y a un cabo de la Guardia Civil sobre el libre albedrío.