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Voto de Jefe Dreyfus:
5
Drama. Comedia Roberto (José Mota) es un publicista en paro que alcanzó el éxito cuando se le ocurrió un famoso eslogan: "Coca-Cola, la chispa de la vida". Ahora es un hombre desesperado que, intentando recordar los días felices, regresa al hotel donde pasó la luna de miel con su mujer (Salma Hayek). Sin embargo, en lugar del hotel, lo que encuentra es un museo levantado en torno al teatro romano de la ciudad. Mientras pasea por las ruinas, sufre un ... [+]
31 de agosto de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La chispa de la vida es una película hija de la su tiempo. Y de ella se aprovecha su director para disparar con bala sobre todas aquellas cosas, que rodean la sociedad, que no le gustan o le molestan soberanamente. En ese sentido, la película se comporta como un mono con dos pistolas, aunque de certera puntería, vaciando su cargador sobre temáticas tan variopintas como: la crisis económica, el desempleo, las corruptelas políticas, los medios informativos, la prensa del corazón, la burocracia, los bancos, los intermediarios y, sobre todas las cosas, de la falta de escrúpulos de sociedad actual. Malos tiempos para la lírica.

El protagonista de la cinta es un publicista en paro que a pesar de recurrir a antiguos contactos y viejos amigos no consigue que nadie del sector le de una nueva oportunidad para trabajar. Después de un día de perros y tras una serie de desgraciados equívocos, el hombre terminará en la inauguración de un teatro y, después de acceder a una zona restringida, acabará precipitándose al vacío desde una altura considerable. No obstante, la caída no le matará, y ya se sabe que lo que no te mata te hace más fuerte. En este caso lo fuerte debería interpretarse como una metáfora de la rotunda barra de hierro que quedará alojada en la parte posterior de su cabeza y que le llegará hasta el cerebro. Como la inauguración del recinto está llena de cámaras y reporteros, la prensa no tarda en hacerse eco de la noticia, asediando al pobre tipo postrado en el suelo.

Quieras que no, tener una barra de hierro que te atraviesa la cabeza es una de esas cosas que suelen comportar cierto riesgo para la vida humana y, tras la visita de un médico, le comunican que no lo pueden trasladar a un hospital porque no sobreviviría el traslado. Es en ese momento que la cabeza de publicista del tipo empezará a trabajar a marchas forzadas (o será un efecto secundario de la barra de hierro, ustedes deciden), pero el protagonista empezará a mover los hilos para aprovechar esta insólita atención mediática.

Lo cierto es que la trama de la película termina pareciendo un cruce entre Tiburón (Steven Spielberg) y El gran carnaval (Billy Wilder). La primera por el comportamiento de los dueños del museo que primero quieren esconder el accidente a los miembros de la prensa y que, una vez la noticia sale a la luz, llegan a poner en una balanza la vida humana y el beneficio económico propio. La segunda, más clara todavía, porque un accidente termina convirtiéndose en noticia de portada y fuente de ingresos, a la vez, convirtiendo las miserias humanas en una lucrativa máquina de generar dinero. El morbo vende, y cuanto más morboso resulte el caso más beneficios generará.

La cinta termina resultando ser una grotesca y mordaz sátira de la sociedad actual, encarnada una vulgar barra de metal. A pesar de ello peca por resultar excesivamente irregular: cuando se pone dramática, no resulta excesivamente profunda; cuando se pone solemne, no logra convencer; cuando se pone irónica, resulta poco sutil; pero cuando se viste de comedia negra, saca a relucir toda su mala leche y su veneno. Además, resulta un proyecto extraño viniendo de Álex de la Iglesia, alguien a quien estamos acostumbrados a ver en proyectos más pomposos y grandilocuentes. Aquí nos encontramos con una cinta que parte de una premisa que podría pertenecer a algún capítulo de una posible serie llamada “historias extraordinarias”. A pesar de todo la película logra lo más importante: aguantar la tensión. Y lo consigue con una trama que empieza dubitativa, que enloquece a raíz del accidente que desencadena los acontecimientos, y que saca lo mejor de sí cuando toda la mierda sale a relucir.
Jefe Dreyfus
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