Quizás "Trust", vista en conjunto, sea difícil de rememorar a posteriori y no será extraño encontrarse poco después de su brusco final preguntándote que es lo que te ha contado en realidad esta historia y cuál es la emoción o impresión exacta que se puede extraer de ella.

En caso de dejarse seducir por "Trust", se recordará principalmente como una película de escenas, del subgénero cine de instantes, una historia pequeña que busca -y ratos consigue- la verdad.

Pero es irregular, con tramos torpes, aunque posee el encanto fugaz del cine con ideas y sentimiento y también hecho un poco a trasmano. Su belleza particular se concentra en una sola cosa, que es: Adrienne Shelly con grandes gafas, convertida de putilla animadora en transformada virgen mediante el bautismo de la autoconsciencia. La disputa que se traen la madre y el posible novio por incorporarla a sus respectivos dominios sentimentales es conmovedora, como lo es la ingenuidad de la película, su arrasadora falta de cinismo. A mí tampoco me apetece ser cínica, por lo que diré que me ha gustado y me ha parecido una historia muy juvenil, en el sentido en que no lo son ninguno de los blockbuster que afean hoy día nuestra cartelera y que ya nacieron viejos y con demasiados malos vicios.

Viendo una película como ésta, reflexiono sobre el hecho de lo diferente que es lo que llaman cine indie actual del que se hacía todavía en los años 90 y es que también el cine indie tiene alma de blockbuster ahora y todo se ve tan resabiado...tan viejo.