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Voto de lyncheano:
10
6,9
8.651
Comedia. Drama. Romance
Antonine (Jean Rochefort) ha crecido con una secreta pasión: casarse con una peluquera. Ya en la madurez su deseo se hace realidad: se une en matrimonio a una bellísima peluquera (Anna Galiena). La pareja comparte una felicidad perfecta, y su vida es un idilio permanente tan sólo comparable a un sueño. (FILMAFFINITY)
15 de diciembre de 2008
27 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
La urgencia y la intensidad del momento, la brevedad inconclusa del segundo exaltado, la necesidad de la correspondencia instantánea, la saciedad de la pasión ahogada al minuto… como un baile exótico cuando nadie espera que te pongas a bailar, como la visión de un pecho asomando tímido a través de una bata, como una masturbación robada dónde y cuándo la receptora menos se lo espera, un masaje de cabello con agua caliente, los ojos cerrados y el champú borboteando sobre y a través de una mente en blanco, que se deja llevar por la calidez de una sensual melodía árabe y las manos de una linda peluquera. Ardores de niñez que se desparraman en la vida de un adulto, como si el tiempo no hubiera pasado más que entre bastidores. Como si el tiempo fuera un absurdo que hubiera de exterminar entre el hombre y el niño. La vida no es más que el eterno recuerdo de un verano en la playa, de unas gónadas incómodas o de la primera erección. La vida no es más que la búsqueda del primer recuerdo de amor, o mejor quizás el recuerdo de la primera y única búsqueda de ese mismo amor. Una búsqueda que gira en círculos alrededor de aquel etéreo aroma a sudor fuerte, a jabón y a espuma de afeitar. Un hombre que busca la felicidad a través del amor, a través de ver realizados sus sueños sin más que desearlo tan fuerte como su corazón le permita. Y si no fuera capaz, reventar hasta hacerlo posible. O llamar a aquella pala excavadora para que levante una presa donde nadie pudiera levantarla jamás. Allí donde no llegan las manos, llega el corazón. Una mujer que espera en silencio, que es feliz porque está hecha de melancolía, y que al conocer el amor, su lado triste le impida enfadarse, le obligue a disfrutar intensamente y con fruición de cada gota de placer, de cada lágrima de sexo, de cada baile y cada trago de elixir o de colonia. Pero la pasión es efímera, la inmediatez del enamoramiento es caduca, y sólo la lluvia de la ternura y la cotidianeidad pueden hacer brotar la hierba de la vida en ese erial devastado por la locura de los enamorados.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y sin embargo, la idea del romántico, la del puro y eterno romántico, no es otra que la de no permitir ese ciclo. Impedirlo con su vida. Que la ternura nunca sustituya al amor. Que a eso se le llame de otra forma y no amor. Que allí donde acabe el sexo romántico desaparezca hasta la vida. Y como solución, sólo queda el suicidio. Bajo la lluvia, por supuesto. Bajo la lluvia y bajo la melodía de Nyman, que es lo mismo, o al menos a mí se me parecen. Nunca una historia tan simple, tan absurda y tonta caló tan hondamente en mi corazón. Aquí bebemos del cocinero, del ladrón y de su mujer. Y Léolo, por supuesto, también se dejó caer por esta peluquería dos años después... La estructura forzosamente simplista y reiterativa de la cinta, aún en su breve duración, es clara metáfora de la espiral hacia la monotonía a través, paradójicamente, de lo extraordinario. La idea de que todos estamos abocados a la tranquilidad marital, a la cíclica esencia apolínea que acaba asesinando con el tiempo todo aquello que nos parece dionisíaco. Pero al final, como muestra de virtuosa inteligencia emocional, Leconte se revela contra ello y nos mata a la peluquera. Y Rochefort se nos queda esperando a que vuelva. Pero como nunca volverá, rompe a bailar como antes solía hacer. Baila espantósamente mal pero con ganas. Con tantas ganas que el espanto sería no aplaudir su baile. Baila porque es lo que su peluquera habría esperado... y porque es, sencillamente, lo que le apetece hacer ahora que él también está muerto. Ahora que entre los dos han conseguido rescatar para nosotros la premisa esencial del romanticismo: eres polvo de luz y como luz bailas.