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Voto de Alvaro_Pelis:
5
1 de enero de 2023
42 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un grupo de personas de alta clase social asiste a una cena organizada por un chef que pide a sus comensales que “no coman, sino que degusten, se deleiten y se dejen llevar por la experiencia”. Una experiencia que plantea un concepto, en mi opinión, un tanto contradictorio a lo que realmente se aferra la película. Pero primero veamos lo bueno.
"El menú" es una comedia negra con pinceladas salvajes de thriller y terror, tres géneros muy bien homogeneizados en la película gracias principalmente a su puesta en escena. Esta, encierra a la protagonista Margot (Anya Taylor-Joy) en una claustrofóbica prisión con forma de restaurante, mientras el chef Julian (Ralph Fiennes) no deja de murmurar nadie sabe qué a sus cocineros en la distancia, al final de una profundidad de campo que separa el punto de vista protagónico del antagónico. Y, en medio de ellos, unas personas que parece que solo han ido por si podían sacar una foto para Instagram.
Pues esta situación, donde los clientes se pueden permitir una cena de miles de dólares, no solo está bien acompañada por una cámara a favor de mostrar la aparente “mejor versión” de los personajes, sino que además el espacio está tratado con un irónico glamour. Esa arquitectura moderna pero rústica y casi minimalista, con vistas al mar, se acabará convirtiendo casi en una “cárcel para ricos”, donde lo que parece un cristal impoluto que casi se puede traspasar, será un muro impenetrable que no se rompe ni aunque el personaje más cobarde le lance una silla.
También, es un recurso muy original el de dividir “el menú” de la película en varios bloques formados por cada uno de los platos ya que, como si de un episodio de "Chef’s Table" se tratara, se construye una estructura donde cada plato cuenta un poco de la historia, la cual en este caso se va volviendo cada vez más inquietante y personal para Julian, el chef. A la vez, los platos se van convirtiendo en algo cada vez más literal, hasta que el concepto que rodea el plato y la parte más carnal de este se fusionan en un resultado de lo más macabro y alarmante.
Así pues, ya desde el principio, la película plantea un tono a través de la puesta en escena, las sutilezas del guion y los actores, donde da la sensación de que “aquí está pasando algo raro”. Solo cabe destacar las violentas palmadas de Julian para llamar la atención antes de empezar sus discursos, las cuales se acaban convirtiendo casi en latigazos para Margot. Y, efectivamente, la historia personal que va contando el chef a cada plato, se va a ir convirtiendo en algo tan personal para él como para los clientes.
La idea de la película ronda alrededor del concepto que Julian pone en palabras: lo importante no es la comida en sí, sino la experiencia que van a vivir los personajes a través de las anécdotas que cuenta sobre la familia, el amor, el sexo… y cómo finalmente van a presenciar la forma más pura de arte, sin egocentrismos. Es una idea muy interesante para poner en pantalla ya que, si en el arte debe haber un receptor que interprete la forma en la que el emisor transmite una idea, en "El menú", aparentemente el emisor es el chef y los receptores son los personajes, pero en realidad el emisor es el director (Mark Mylod), quien intenta transmitir una historia a los espectadores mientras estos deben interpretarla para encontrarle significado. Y ahí es precisamente donde encuentro el gran problema de la película: una gran idea totalmente desaprovechada por un texto que no dispone de subtexto, un concepto que, al ponerlo literalmente en palabras de los personajes, se vuelve evidente y carente de lecturas.
Como ya he mencionado, Julian plantea varias veces en forma de diálogo a los personajes (y, por lo tanto, al espectador) su intención detrás de todas esas situaciones que tiene preparadas. Pero me da la sensación de que, contradictoriamente a esa “forma de arte pura con significados tras los actos” que plantea el personaje, el significado de la propia película es el mismo. Es decir, al igual que los personajes interpretan las ideas del chef/artista, el espectador no tiene mucho que interpretar sobre lo que intenta transmitir Mylod más allá de lo satírico como “película contra ricos” que se muestra en la superficie. De esta manera, la obviedad del significado me da a pensar que, tras el lujoso dispositivo de la película, solo se encuentra un thriller pretencioso que da más importancia a las situaciones autónomamente y el hecho de crear una atmósfera perturbadora para mantener la atención del espectador que al conjunto, la solidez que debería mantener la obra alrededor de unas capas de significado a través de lo superficial. En pocas palabras: la película trata de lo que dice que trata, cosa que anula toda su profundidad. Una historia intelectual que es en realidad, torpemente, una historia experiencial. Y olvidable.
Por otro lado, da la sensación desde el principio, especialmente desde que las cosas se empiezan a enredar en peligros para los personajes, que se va a construir una historia hilada, casi una “película puzle”, donde el espectador se verá incitado a descifrar qué es lo que pasa exactamente. Pues, aunque he de reconocer que durante los primeros 40-50 minutos de película se logra generar ese misterio sarcásticamente divertido y a la vez sorprendente, llega un momento donde el guion empieza a oscilar de un lado a otro sin saber a dónde ir exactamente, hasta que las cosas se empiezan a deshilar e incluso a volverse predecibles y un tanto ridículas. Acabamos reconociendo que la película no aterriza, no conduce a nada. Para explicar mejor este punto, entro en la sección Spoilers.
"El menú" es una comedia negra con pinceladas salvajes de thriller y terror, tres géneros muy bien homogeneizados en la película gracias principalmente a su puesta en escena. Esta, encierra a la protagonista Margot (Anya Taylor-Joy) en una claustrofóbica prisión con forma de restaurante, mientras el chef Julian (Ralph Fiennes) no deja de murmurar nadie sabe qué a sus cocineros en la distancia, al final de una profundidad de campo que separa el punto de vista protagónico del antagónico. Y, en medio de ellos, unas personas que parece que solo han ido por si podían sacar una foto para Instagram.
Pues esta situación, donde los clientes se pueden permitir una cena de miles de dólares, no solo está bien acompañada por una cámara a favor de mostrar la aparente “mejor versión” de los personajes, sino que además el espacio está tratado con un irónico glamour. Esa arquitectura moderna pero rústica y casi minimalista, con vistas al mar, se acabará convirtiendo casi en una “cárcel para ricos”, donde lo que parece un cristal impoluto que casi se puede traspasar, será un muro impenetrable que no se rompe ni aunque el personaje más cobarde le lance una silla.
También, es un recurso muy original el de dividir “el menú” de la película en varios bloques formados por cada uno de los platos ya que, como si de un episodio de "Chef’s Table" se tratara, se construye una estructura donde cada plato cuenta un poco de la historia, la cual en este caso se va volviendo cada vez más inquietante y personal para Julian, el chef. A la vez, los platos se van convirtiendo en algo cada vez más literal, hasta que el concepto que rodea el plato y la parte más carnal de este se fusionan en un resultado de lo más macabro y alarmante.
Así pues, ya desde el principio, la película plantea un tono a través de la puesta en escena, las sutilezas del guion y los actores, donde da la sensación de que “aquí está pasando algo raro”. Solo cabe destacar las violentas palmadas de Julian para llamar la atención antes de empezar sus discursos, las cuales se acaban convirtiendo casi en latigazos para Margot. Y, efectivamente, la historia personal que va contando el chef a cada plato, se va a ir convirtiendo en algo tan personal para él como para los clientes.
La idea de la película ronda alrededor del concepto que Julian pone en palabras: lo importante no es la comida en sí, sino la experiencia que van a vivir los personajes a través de las anécdotas que cuenta sobre la familia, el amor, el sexo… y cómo finalmente van a presenciar la forma más pura de arte, sin egocentrismos. Es una idea muy interesante para poner en pantalla ya que, si en el arte debe haber un receptor que interprete la forma en la que el emisor transmite una idea, en "El menú", aparentemente el emisor es el chef y los receptores son los personajes, pero en realidad el emisor es el director (Mark Mylod), quien intenta transmitir una historia a los espectadores mientras estos deben interpretarla para encontrarle significado. Y ahí es precisamente donde encuentro el gran problema de la película: una gran idea totalmente desaprovechada por un texto que no dispone de subtexto, un concepto que, al ponerlo literalmente en palabras de los personajes, se vuelve evidente y carente de lecturas.
Como ya he mencionado, Julian plantea varias veces en forma de diálogo a los personajes (y, por lo tanto, al espectador) su intención detrás de todas esas situaciones que tiene preparadas. Pero me da la sensación de que, contradictoriamente a esa “forma de arte pura con significados tras los actos” que plantea el personaje, el significado de la propia película es el mismo. Es decir, al igual que los personajes interpretan las ideas del chef/artista, el espectador no tiene mucho que interpretar sobre lo que intenta transmitir Mylod más allá de lo satírico como “película contra ricos” que se muestra en la superficie. De esta manera, la obviedad del significado me da a pensar que, tras el lujoso dispositivo de la película, solo se encuentra un thriller pretencioso que da más importancia a las situaciones autónomamente y el hecho de crear una atmósfera perturbadora para mantener la atención del espectador que al conjunto, la solidez que debería mantener la obra alrededor de unas capas de significado a través de lo superficial. En pocas palabras: la película trata de lo que dice que trata, cosa que anula toda su profundidad. Una historia intelectual que es en realidad, torpemente, una historia experiencial. Y olvidable.
Por otro lado, da la sensación desde el principio, especialmente desde que las cosas se empiezan a enredar en peligros para los personajes, que se va a construir una historia hilada, casi una “película puzle”, donde el espectador se verá incitado a descifrar qué es lo que pasa exactamente. Pues, aunque he de reconocer que durante los primeros 40-50 minutos de película se logra generar ese misterio sarcásticamente divertido y a la vez sorprendente, llega un momento donde el guion empieza a oscilar de un lado a otro sin saber a dónde ir exactamente, hasta que las cosas se empiezan a deshilar e incluso a volverse predecibles y un tanto ridículas. Acabamos reconociendo que la película no aterriza, no conduce a nada. Para explicar mejor este punto, entro en la sección Spoilers.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Quizá es impresión mía, pero pienso que tras el suicidio del cocinero Jeremy (Adam Aalderks) con un tiro en la boca (para mí, lo más impactante de la película con diferencia), el film evidencia tanto sus intenciones y su tono que nada de lo que viene está a la altura. Creo que esto genera un ritmo irregular donde ese misterio que va en crescendo durante el primer acto se rompe en un punto de inflexión tan explosivo que deja al resto de la película al desnudo.
Y es cierto que, tras este momento, la película no pierde originalidad: los intensos duelos de miradas entre Fiennes y Taylor-Joy se hacen incluso más angustiosos, y algunas situaciones donde se exponen las desquiciadas ideas del chef (como el ángel ahogado o la amputación del dedo) siguen generando un pánico de infarto. Pero, progresivamente, el guion empieza a generar agujeros, cabos sueltos y comportamientos injustificados. Como el mismo chef dice a sus clientes: “habéis hecho un sorprendente poco esfuerzo por salir de aquí”. Y es que, efectivamente, la cantidad de posibilidades por las que la película se podría haber encaminado se desperdician, haciendo que el guion caiga en incoherencias y clichés de resolución rápida y barata en su tercer acto: la pelea entre Margot y Elsa (Hong Chau) a cuchillos, hasta la muerte de Elsa, una escena fuera de lugar a modo de “deus ex-machina”; el policía que va a salvar a los personajes, el cual ha llegado sospechosamente rápido y solitario para dejar una escena ingeniosa pero previsible; la liberación de Margot al final (¿cómo encuentra la lancha motora sin nadie que la guíe? ¿acaso sabe conducir una?).
Pero esque en determinado momento de la película, uno de los comensales pregunta al chef el por qué de toda la situación. Julian le dice que quiere matarlo porque actuó en una película que no le gustó y quiere matar a su compañera porque estudió en una universidad sin beca, como una especie de venganza arbitraria y sin sentido. Entre lo verosímil y lo ridículo, la película se pierde en sí misma incluso cuando intenta explicar lo más esencial de ella, como si no se entendiese, no consiguiendo otra cosa sino humillarse a sí misma. Pero, por su puesto, Julian insiste en la excusa de la pérdida de la orientación del artista para justificar lo que le ha dicho al comensal, cuando momentos antes ha citado que la perfección no existe por mucho que él y sus cocineros intenten buscarla. Así que por mucho que la película se aferre a la supuesta conexión que busca Jules entre el artista y el terrorista para encontrar la perfección, nada tiene sentido si se está contradiciendo. Es el sufrimiento justificado por un incongruente arte conceptual, o lo que es lo mismo, una película de terror que dice ser falsamente una obra artística absoluta. Y el concepto que plantea donde el espectador es el verdadero comensal mientras que el menú es la propia película y los personajes son los ingredientes, es fantástico, pero si lo que estoy viendo es en realidad una película de terror al uso, preferiría que lo fuera en todos los aspectos.
En cualquier caso, y para acabar, cabe destacar el confuso aunque puede que ambiguo final de la película, donde Julian y sus cocineros incendian el restaurante con todos ellos dentro a modo de postre, mientras Margot observa el show desde la lancha motora, comiéndose la hamburguesa. La película acaba tal y como decía que iba a acabar, cosa que, por un lado, recompensa al espectador con la imagen que nos había prometido pero, por otro, se nos deja con un sabor de boca algo decepcionante.
Aunque, quizá, el último bocado a la hamburguesa tiene más significado de lo que parece: si el chef solo cree en la perfección de la obra de arte arruinada por la imperfección del espectador, quizá esta película solo se trataba de algo tan imperfecto como una hamburguesa en un menú degustación.
Y es cierto que, tras este momento, la película no pierde originalidad: los intensos duelos de miradas entre Fiennes y Taylor-Joy se hacen incluso más angustiosos, y algunas situaciones donde se exponen las desquiciadas ideas del chef (como el ángel ahogado o la amputación del dedo) siguen generando un pánico de infarto. Pero, progresivamente, el guion empieza a generar agujeros, cabos sueltos y comportamientos injustificados. Como el mismo chef dice a sus clientes: “habéis hecho un sorprendente poco esfuerzo por salir de aquí”. Y es que, efectivamente, la cantidad de posibilidades por las que la película se podría haber encaminado se desperdician, haciendo que el guion caiga en incoherencias y clichés de resolución rápida y barata en su tercer acto: la pelea entre Margot y Elsa (Hong Chau) a cuchillos, hasta la muerte de Elsa, una escena fuera de lugar a modo de “deus ex-machina”; el policía que va a salvar a los personajes, el cual ha llegado sospechosamente rápido y solitario para dejar una escena ingeniosa pero previsible; la liberación de Margot al final (¿cómo encuentra la lancha motora sin nadie que la guíe? ¿acaso sabe conducir una?).
Pero esque en determinado momento de la película, uno de los comensales pregunta al chef el por qué de toda la situación. Julian le dice que quiere matarlo porque actuó en una película que no le gustó y quiere matar a su compañera porque estudió en una universidad sin beca, como una especie de venganza arbitraria y sin sentido. Entre lo verosímil y lo ridículo, la película se pierde en sí misma incluso cuando intenta explicar lo más esencial de ella, como si no se entendiese, no consiguiendo otra cosa sino humillarse a sí misma. Pero, por su puesto, Julian insiste en la excusa de la pérdida de la orientación del artista para justificar lo que le ha dicho al comensal, cuando momentos antes ha citado que la perfección no existe por mucho que él y sus cocineros intenten buscarla. Así que por mucho que la película se aferre a la supuesta conexión que busca Jules entre el artista y el terrorista para encontrar la perfección, nada tiene sentido si se está contradiciendo. Es el sufrimiento justificado por un incongruente arte conceptual, o lo que es lo mismo, una película de terror que dice ser falsamente una obra artística absoluta. Y el concepto que plantea donde el espectador es el verdadero comensal mientras que el menú es la propia película y los personajes son los ingredientes, es fantástico, pero si lo que estoy viendo es en realidad una película de terror al uso, preferiría que lo fuera en todos los aspectos.
En cualquier caso, y para acabar, cabe destacar el confuso aunque puede que ambiguo final de la película, donde Julian y sus cocineros incendian el restaurante con todos ellos dentro a modo de postre, mientras Margot observa el show desde la lancha motora, comiéndose la hamburguesa. La película acaba tal y como decía que iba a acabar, cosa que, por un lado, recompensa al espectador con la imagen que nos había prometido pero, por otro, se nos deja con un sabor de boca algo decepcionante.
Aunque, quizá, el último bocado a la hamburguesa tiene más significado de lo que parece: si el chef solo cree en la perfección de la obra de arte arruinada por la imperfección del espectador, quizá esta película solo se trataba de algo tan imperfecto como una hamburguesa en un menú degustación.