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Voto de diegocalleja:
7
7,4
14.106
Serie de TV. Thriller. Drama
Miniserie de TV (2018). 8 episodios. Tras pasar un breve tiempo en un hospital psiquiátrico, la periodista Camille Preaker regresa a su pequeña ciudad natal para cubrir los asesinatos de dos chicas adolescentes. Durante años, Camille apenas ha hablado con Adora Crellin, su neurótica e hipocondríaca madre, que vive con su marido y con su hija Amma, hermanastra de Camille, una joven a la que apenas conoce. Instalada en su antiguo ... [+]
29 de agosto de 2018
7 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acabo de ver completa la miniserie “Heridas abiertas” y todavía estoy perplejo. Por una parte he disfrutado enormemente de sus primeros seis capítulos y por otra me han decepcionado los dos últimos, así que supongo que estoy al mismo tiempo agradecido y cabreado.
Respecto a los primeros seis capítulos, me descubro ante Amy Adams y su capacidad para que nos pongamos en su piel (nunca mejor dicho), ante Patricia Clarkson y su sufrida insensibilidad, ante la inocencia arrogante de Eliza Scanlen y ante el magnético rostro de Sophia Lillis y su apropiación del alma de Camille. Me rindo a la descripción turbia de ese pueblo anodino y fantasmal, al telón de fondo perturbador de unas niñas desdentadas, a esa relación invisible entre madre e hija que hace surgir la náusea en algún punto de nuestra garganta, a los flashbacks minimalistas, ¡tan poéticos y tan demoledores!, a las nostálgicas e inquietantes músicas distintas de la Intro, a los movimientos pendulares e hipnóticos de las patinadoras, a esos recuerdos del Instituto que son como metralla de una antigua guerra alojada en el cuerpo y que duele cuando va a cambiar el tiempo, a los policías tristes que no saben ver en la oscuridad, a los adolescentes veraniegos de cutis perfecto y mentes nihilistas, a los sueños rancios de las amas de casa provincianas de Missouri, y, por supuesto, me rindo a la música que Alan usa para evadirse de los demás y de sí mismo. Y toda esa maravilla está además ensamblada con un ritmo perfecto y con el hilo conductor de los ojos infinitos de Amy Adams.
Dentro de tanta perfección sólo desentonaba el personaje del editor jefe del periódico, personaje quizás necesario, pero construido apresuradamente, con un par de brochazos y una mirada de bondad anacrónica. Ay, la vacuidad de este personaje preludiaba en lo que podía convertirse la serie, pero todo lo demás era tan estupendo que se perdonaba sin problemas este pequeño resbalón.
Y llegaron los dos últimos capítulos: mediocres, irritantes, llenos de saltos de guión, escenas atropelladas, confusas e inverosímiles (ver espoilers), capítulos desafortunados quizás por la búsqueda desesperada de un giro sorprendente de esos de los que todo el mundo habla durante meses. En esos dos capítulos, toda la delicadeza, todo el cuidado en la dirección, el guión, y el montaje que la serie mostraba en los anteriores capítulos, desaparece, se evapora en favor de un final lamentable pero más comercial, al gusto de aquellos que nunca dejaron de pensar que descubrir al asesino era lo más importante de todo. Pero los asesinatos, como en El silencio de los corderos o en True Detective, son en esta serie el pretexto para explorar a los seres humanos que van apareciendo en escena. Lo mejor de Heridas Abiertas era la introspección involuntaria y profunda del personaje de Camille, su anhelo por entender o al menos controlar sus heridas emocionales. Con el giro argumental de los dos últimos capítulos, la serie nos deja claro de modo grandilocuente quién mató a quién y por qué mató, pero creo que se olvidaron del interior de Camille, o como mucho lo zanjaron de modo mezquino e insuficiente con el bueno del Barón de Munchausen y con unas líneas de un artículo periodístico leídas rápido y corriendo. Sobre todo los últimos veinte minutos de la serie me han amargado un dulce, amén de todas las zarandajas de las escenas poscréditos, que me importan un bledo.
Qué pena.
Respecto a los primeros seis capítulos, me descubro ante Amy Adams y su capacidad para que nos pongamos en su piel (nunca mejor dicho), ante Patricia Clarkson y su sufrida insensibilidad, ante la inocencia arrogante de Eliza Scanlen y ante el magnético rostro de Sophia Lillis y su apropiación del alma de Camille. Me rindo a la descripción turbia de ese pueblo anodino y fantasmal, al telón de fondo perturbador de unas niñas desdentadas, a esa relación invisible entre madre e hija que hace surgir la náusea en algún punto de nuestra garganta, a los flashbacks minimalistas, ¡tan poéticos y tan demoledores!, a las nostálgicas e inquietantes músicas distintas de la Intro, a los movimientos pendulares e hipnóticos de las patinadoras, a esos recuerdos del Instituto que son como metralla de una antigua guerra alojada en el cuerpo y que duele cuando va a cambiar el tiempo, a los policías tristes que no saben ver en la oscuridad, a los adolescentes veraniegos de cutis perfecto y mentes nihilistas, a los sueños rancios de las amas de casa provincianas de Missouri, y, por supuesto, me rindo a la música que Alan usa para evadirse de los demás y de sí mismo. Y toda esa maravilla está además ensamblada con un ritmo perfecto y con el hilo conductor de los ojos infinitos de Amy Adams.
Dentro de tanta perfección sólo desentonaba el personaje del editor jefe del periódico, personaje quizás necesario, pero construido apresuradamente, con un par de brochazos y una mirada de bondad anacrónica. Ay, la vacuidad de este personaje preludiaba en lo que podía convertirse la serie, pero todo lo demás era tan estupendo que se perdonaba sin problemas este pequeño resbalón.
Y llegaron los dos últimos capítulos: mediocres, irritantes, llenos de saltos de guión, escenas atropelladas, confusas e inverosímiles (ver espoilers), capítulos desafortunados quizás por la búsqueda desesperada de un giro sorprendente de esos de los que todo el mundo habla durante meses. En esos dos capítulos, toda la delicadeza, todo el cuidado en la dirección, el guión, y el montaje que la serie mostraba en los anteriores capítulos, desaparece, se evapora en favor de un final lamentable pero más comercial, al gusto de aquellos que nunca dejaron de pensar que descubrir al asesino era lo más importante de todo. Pero los asesinatos, como en El silencio de los corderos o en True Detective, son en esta serie el pretexto para explorar a los seres humanos que van apareciendo en escena. Lo mejor de Heridas Abiertas era la introspección involuntaria y profunda del personaje de Camille, su anhelo por entender o al menos controlar sus heridas emocionales. Con el giro argumental de los dos últimos capítulos, la serie nos deja claro de modo grandilocuente quién mató a quién y por qué mató, pero creo que se olvidaron del interior de Camille, o como mucho lo zanjaron de modo mezquino e insuficiente con el bueno del Barón de Munchausen y con unas líneas de un artículo periodístico leídas rápido y corriendo. Sobre todo los últimos veinte minutos de la serie me han amargado un dulce, amén de todas las zarandajas de las escenas poscréditos, que me importan un bledo.
Qué pena.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Hay varias escenas incongruentes en la recta final de la serie. La que más me impactó es aquella en la que Amma charla muy emocionada con su madre encarcelada, una madre que en principio ha intentado matarla, que mató a su hermana, y que mató a dos amigas de Amma (todavía no hemos visto las escenas postcrédito). ¿Tiene sentido? ¿Su hermana no dice nada? ¿No hay psicólogos de por medio? Vaya chapuza. Es una escena perfecta para explicar en las escuelas de cine y de teatro la diferencia entre lo real y lo verosímil