¿Qué diferencia al hombre del resto de los animales? ¿El amor por sus cachorros? No; eso también lo tienen otras especies. ¿El instinto de supervivencia? Tampoco; eso lo demuestran muchas más. ¿El deseo de venganza? Pues mira; esto sí que puede ser…
El problema del hombre está en tener el cerebro más evolucionado que el resto de lo que vive sobre este planeta… Problema, porque “más evolucionado” no significa “mejor utilizado”, que esto último está todavía por demostrar.
Y, claro, con ese portento de ingeniería biológica que tiene entre las orejas de ese débil e inadaptado cuerpecillo, le molesta todo: la naturaleza deslumbrante y hermosa, pero implacable y despiadada, sus peligrosísimos congéneres e, incluso, él mismo.
Eso es lo que viene a contarnos González Iñárritu en este western temprano, más naturalista que realista, protagonizado en exclusiva por una necesidad (un tanto alejada del puro instinto animal) de supervivencia, retroalimentada por la sed de venganza…
… y es que llega un momento en que morir deja de tener importancia, siempre que se haga matando, porque, como se dice en la película... "somos todos unos salvajes".
Todo muy humano. Exageradamente humano, diría yo. Pero bueno… ¿qué es el humano si no exceso y exageración, en uno u otro sentido?
La cámara de Gonzáléz Iñárritu evoluciona con calculada lentitud y aproximación a una acción tensa (cuando no frenética), consiguiendo cierto efecto voyeurista del espectador con respecto a la lo que se le está contando, y así la historia resulta algo fría y distante, aunque nunca pierda dinamismo y, por tanto, resulte entretenida.
En resumen: para pasar un buen rato.