La década de los años ochenta ha pasado a la historia por el desmoronamiento y fracaso inexorable del comunismo a finales de la misma, comenzando por la caída del Muro de Berlin. No fue por influencias extranjeras, tampoco por un golpe de estado, fueron sus propios y sufridos ciudadanos los que hartos de no tener libertad, con una economía maltrecha por la utopía de su artificial economía, se rebelaron contra el yugo totalitario que les había oprimido durante décadas. No obstante esos años ochenta fueron también los últimos de la Guerra Fría entre las dos potencias predominantes con la amenaza de una guerra nuclear. Otro aspecto socio político importante fueron las políticas liberales conservadoras de dos grandes dirigentes de Occidente, una vez superada la crisis del petróleo, las economías desarrolladas y democráticas emprendían un tiempo de prosperidad, liderados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher frente a un comunismo en descomposición bajo Gorbachov y su Perestroika. En este contexto se desarrolla la serie “The Americans”.

Mi comentario sólo abarca la primera temporada que es la que he visto, y me ha parecido una serie de buen nivel, que mantiene la imparcialidad política con una exposición más que atractiva, interesante e hiperrealista, en mi opinión, inspirada en unos hechos, al parecer, reales acecidos durante la década antes mencionada. Pues como hace tiempo que mantengo que el talento se ha trasladado a las series de televisión, esta es una buena prueba de ello. Dotada de contenidos para un público adulto y exigente que ha abandonado las salas de cine expulsados por films aparatosos, centrado en los efectos especiales, infantiles y banales, cuando no lamentables.

Pero no solamente trata del mundo de los espías, hay abundantes subtramas que profundizan en los personajes, sobre su pasado así como sus problemas cotidianos, el matrimonio, los hijos, y por supuesto, la traición desde muchos puntos de vista. La detallada forma de actuar de ambos bandos, su forma de entender el mundo en un juego temerario cargado de tensión y lleno de odio pero también de respeto hacia el poder del enemigo. Un casting y una ambientación muy acertada, donde reina el mundo de las apariencias y la doble vida que mantiene nuestra pareja protagonista que vive en las afueras de Washington. Buen pulso narrativo gracias a un magnífico montaje, su precisión es absoluta para contarnos en poco más de 40 minutos por episodio, varias historias paralelas que se entrecruzan de forma impecable para conformar un puzle perfecto. Asistimos en definitiva, a un juego de máscaras y la capacidad de los personajes para el constante doble juego. Un argumento que va enriqueciéndose a través del engaño mutuo, las infidelidades mutuas y la debilidad del ser humano es utilizada por ambos bandos sin piedad. Una serie que presenta al espionaje en edad madura y desde la más cruda realidad.