Película con pocos medios, pero de ejecución y planteamiento impecables.

Mathieu Kassovitz consigue un vivo retrato del conflictivo mundo de los barrios bajos parisinos, a través de una espléndidamente cuidada fotografía en blanco y negro, y de un relato cargado de realidad.

Realidad conseguida principalmente por el trío protagonista, cuya actuación no destila otra cosa que naturalidad. Así, el espectador vive las veinticuatro horas posteriores a un enfrentamiento entre policía y habitantes de una barriada pobre casi como un personaje más. Veinticuatro horas de caída, acompañando a tres jóvenes con los que se ríe, a los que entiende y con los que también se cabrea.
Con el contundente desenlace, además, también sufre, porque, a pesar de que a los pocos minutos del inicio se intuye un final de características semejantes, éste está introducido de forma brillante.

A destacar el personaje de Vincent Cassel (más que los otros dos). Puede resultar pelín entrañable a ratos, pero la verdad es que es la venática personificación de muchos de los atributos humanos que hacen de este mundo una mierda: la ignorancia, la propensión a la violencia, la cerrazón, el absurdo gusto por los prejuicios y la generalización, la estupidez y, claro, el odio. Toneladas de odio.