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Voto de AGF:
5
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7,5
10.160
Comedia. Drama
Don Rafael Costa, embajador de Miranda, y el matrimonio Thévenot están invitados a cenar en casa del matrimonio Sénechal, pero a causa de un malentendido tienen que ir a un restaurante. Cuando llegan, no pueden cenar porque el dueño del lugar ha muerto. A partir de ese momento, las reuniones de este selecto grupo de burgueses se verán siempre interrumpidas por las circunstancias más extrañas, algunas reales y otras fruto de su imaginación. (FILMAFFINITY) [+]
14 de septiembre de 2009
34 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un obispo entra vestido de jardinero en una casa, y lo echan a patadas, mandándolo al infierno. Acto seguido vuelve vestido de obispo, y le invitan a pasar amablemente para, inmediatamente después, contratarlo como jardinero porque es lo que él desea.
Sobre lo que plantea esa escena, sabemos bastante. Apariencias y tal y cual. Cosas fácilmente criticables. Así pues, la sátira que compone Buñuel peca, por momentos, de ser simple. Criticar es muy fácil. Y por momentos da la sensación de que el espectáculo burlón que nos ofrece Buñuel es un tanto gratuito, en el sentido de que a este señor, me da a mí, le gustaba demasiado el polemizar.
Sí, los seis protagonistas son unos hijos de perra. Por un falso e hipócrita respeto se niegan a sentarse antes que el otro a la mesa, pero en el fondo sólo cenan juntos por conveniencia, se importan más bien poco y, a escondidas (o no tan escondidas), unos se tiran a las mujeres de los otros.
Vale, buen punto de partida. Con mucha miga. Pero por momentos la película flojea mucho.
Luego está el toque (muy) surrealista. La escena en la que el general se sienta esporádicamente junto al trío femenino para contarle su triste infancia es una sobrada (para quien no ande muy puesto en el vocabulario de las nuevas generaciones: inciso muy pero que muy absurdo, que sobra) digna de Padre de Familia.
Lo malo de jugar con el subconsciente es que, de entre tantas escenas "chungas", solo te acaban diciendo algo un par de ellas. El resto, te dejan o bien indiferente, o bien anonadado pero confuso, o bien te hacen reir. Porque, sinin duda, Buñuel tenía sentido del humor. Un sentido del humor inclasificable y muy peculiar.
Lo de introducir sueños que son una parida dentro de sueños que son una parida aun mayor y quedarse tan ancho solo puede ser obra de un genio bromista.
Sobre lo que plantea esa escena, sabemos bastante. Apariencias y tal y cual. Cosas fácilmente criticables. Así pues, la sátira que compone Buñuel peca, por momentos, de ser simple. Criticar es muy fácil. Y por momentos da la sensación de que el espectáculo burlón que nos ofrece Buñuel es un tanto gratuito, en el sentido de que a este señor, me da a mí, le gustaba demasiado el polemizar.
Sí, los seis protagonistas son unos hijos de perra. Por un falso e hipócrita respeto se niegan a sentarse antes que el otro a la mesa, pero en el fondo sólo cenan juntos por conveniencia, se importan más bien poco y, a escondidas (o no tan escondidas), unos se tiran a las mujeres de los otros.
Vale, buen punto de partida. Con mucha miga. Pero por momentos la película flojea mucho.
Luego está el toque (muy) surrealista. La escena en la que el general se sienta esporádicamente junto al trío femenino para contarle su triste infancia es una sobrada (para quien no ande muy puesto en el vocabulario de las nuevas generaciones: inciso muy pero que muy absurdo, que sobra) digna de Padre de Familia.
Lo malo de jugar con el subconsciente es que, de entre tantas escenas "chungas", solo te acaban diciendo algo un par de ellas. El resto, te dejan o bien indiferente, o bien anonadado pero confuso, o bien te hacen reir. Porque, sinin duda, Buñuel tenía sentido del humor. Un sentido del humor inclasificable y muy peculiar.
Lo de introducir sueños que son una parida dentro de sueños que son una parida aun mayor y quedarse tan ancho solo puede ser obra de un genio bromista.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
A destacar, como el momento que más me ha hecho reflexionar y que más me ha impactado, la escena en la que el sacerdote va a darle la confesión a un moribundo. Éste le confiesa que ha cometido un crimen, que mató a sus patrones hacía mucho tiempo. Los patrones resultan ser los padres del cura, cuyo asesinato estaba sin resolver hasta el momento.
El sacerdote, sorprendentemente, decide absolver al moribundo, porque es su oficio, su deber, lo que la sociedad espera de él. Pero antes de abandonar el lecho de muerte del asesino de sus padres, el cura coge una escopeta y se lo carga, porque es lo que le pide su instinto, su naturaleza humana, su visceral sed de venganza.
El sacerdote, sorprendentemente, decide absolver al moribundo, porque es su oficio, su deber, lo que la sociedad espera de él. Pero antes de abandonar el lecho de muerte del asesino de sus padres, el cura coge una escopeta y se lo carga, porque es lo que le pide su instinto, su naturaleza humana, su visceral sed de venganza.