Hay que recordar que es una película de los 70, y donde las tecnologías no se utilizaban tanto como ahora por su escasa calidad, el trinomio formado por director-actores-guión, era la base de toda buena película de suspense, y esta, con esos pequeños detalles, y algunos más hicieron vibrar y tremolar a las personas de aquella época y a los de ahora.

Partiendo de las actuaciones, una de las cosas más importantes de este film, vemos a unos jovencísimos, pero reconocibles Mia Farrow y John Cassavetes, actuando de forma deliciosa, enganchando con el pasar del tiempo a los espectadores, sin dejarles tiempo para pensar, si lo que está pasando es cierto es solo ficción.

Por otro lado hay que destacar la mano de su director, Polanski, y la utilización del tempo al mismo tiempo que no desvela nada que no deba ser desvelado, manteniendo el suspense durante toda la obra, y aunque en ciertos momentos existen algunas rendijas que entreven lo que va a suceder, son pequeñeces en comparación con el resto. Sí algo hay que echarle en cara, es que puede ser un poco larga para el género que nos propone, pero eso se perdona.

También destaca su desenlace, cuando uno espera que puede suceder, o puede intuir, te deja boquiabierto, a expensas de una sorpresa grata, porque como en todo film que busca perpetuidad, la originalidad se antepone a lo práctico y simple.

La música, difícil de captar, es otro punto a tener en cuenta, sin ella, esos momentos, esos lapsos de tiempo, solo serian ruidos de una carretera, ésta los convierte en sonidos, que ayudan a agudizar la mente del espectador en la pantalla.

En definitiva, recomendable para amantes y no amantes, y aunque la novela de Ira Irvin se ha llevado al cine en varias ocasiones, con cambios significativos, como la adaptación de Polanski no hay ninguna.