Mateo Gil no solo se hace el valiente metiéndose en un género tan complicado como es el western, sino que además...lo hace bien.

Nos presenta un trabajo bien estructurado, aprovechando esos años vacíos sobre la existencia de Butch Cassidy cuando se le creía muerto. Más allá de copiar otros ejemplos de personajes famosos y reales y sacar lo más comercial, aquí lo que es la acción carece casi por completo, a excepción de los enfrentamientos directos, lo demás es perseguir al enemigo.

Al utilizar los flash-backs nos situa en la piel de los personajes, como eran, que pensaban, a que aspiraban sus sueños y como fueron desapareciendo hasta quedar Butch en solitario. Su vida apartada en la bellísima Bolivia, su pequeño rancho y a vivir de lo que realmente sabe...los caballos. Es cuando se llega a esa etapa de la vida cuando decide que ya es hora de regresar al hogar, de volver a la tierra que abandonó hace muchísimo tiempo. Entonces es cuando hace su última entrega de caballos y se despide de su amada, pero por mala suerte o caprichos del destino se encuentra con un chico perseguido el cual se convertirá en segundo protagonista de la historia, cambiando por completo los planes de futuro.

Se respira western por todos lados, las pisadas de los caballos y sus huellas en el barro. Las caminatas por las llanuras desérticas y buscarse la vida para protegerse de ese sol que te llega y ese polvo que te entra en la nariz. Me ha encantado ver a una mujer boliviana atendiendo la cantina con su revólver en la cintura. El grupo de bolivianos que van en busca del forajido Noriega. El miedo de las dos chicas a caballo que la arman en el rancho de Butch. La belleza del país, tanto en la zona verde, desértica o en la nieve. Magnífica la fotografía.

Y por último un bello final de alguien que se pasó toda la vida robando a los demás, pero la experiencia de la vida le hace ser justo con los menos favorecidos.